No se escapa a la percepción de los mexicanos que esta insoportable atmósfera de violencia e indefensión generalizada que vivimos, no tiene fecha cercana de cesar. Se ha incubado durante mucho tiempo y tiene muchos causales.
Tenemos la tendencia a echarle la culpa al período inmediato anterior de gobierno, que con su política de abrazos y no balazos propició un caldo de cultivo para los violentos. Pero eso es una salida fácil.
Ciertamente, por impericias o imbecilidades de Lopitos, que alegó siempre combatir al crimen atacando sus motivaciones y dando estipendios a los jóvenes ninis para que no se uncieran a él, propició solamente la impunidad. Desde luego que el asunto es más complicado: la dolorosa miseria, que los niños y adolescentes ven cotidianamente en sus jacales, chozas, cuartuchos de azoteas u otras viviendas infames en todo el país, no puede despertar la vocación de un empleo sencillo y bien remunerado, y tal vez ir a la escuela, simplemente porque ese empleo no lo hay. Ese es mal endémico de nuestro país, la injusticia social.
Ignorancia, pobreza, desamparo y abandono, se integran en una torrente que para nuestros jóvenes se llama desesperanza y que inevitablemente desemboca en el crimen.
Pero lo peor de ese ambiente de inseguridad y miedo que vivimos hoy, es que nos estamos acostumbrando a aceptarlo como parte de nuestra realidad cotidiana. ¿Setenta muertos un día, o doscientos cincuenta el fin de semana? Eso es normal.
Adicionalmente, hay un detalle que me parece pasa inadvertido en la sociedad. En una mayoría de las ejecuciones, asesinatos de individuos que todos asumimos tenían algo que ver con el crimen, y su ejecución violenta fue consecuencia de sus vínculos, las balas matonas fueron disparadas por una persona desde el asiento trasero de una motocicleta. Rápido y fácil. Lo mismo el matar que el huir.
Los automovilistas que aún quedamos en las ciudades de mediano y alto rango, sufrimos con frecuencia en las calles un síncope al escuchar el carcajeo de los motores de motocicletas al lado. El temor inicial, y más futil, es un rayón a la carrocería que cuidamos con esmero en las puertas del auto que tantos abonos todavía debemos. Pero eso es lo de menos: sigue otro miedo: no sorprende que uno de los motociclistas, o los dos, saque una pistola y nos robe lo que tengo a la mano. O en el pulso, el bolsillo, o los esfínteres. Porque de que me cago, me cago.
Temor equivalente es el caso de que, casualmente, mi torpe movimiento del auto cause daño al motociclista; ya no se diga lesión. Con sangre, más. El proceso de llamar a la aseguradora impía, a la autoridad corrupta y a los parientes para que vengan a por nosotros, toma valioso tiempo y neuronas.
A mí, me pone en los zapatos de Kafka y su proceso.
Ya entrados en gastos, ¿qué tal que a los de la motocicleta les dieron mal las placas, la descripción del sujeto o el color del carro? Fiambre soy en la confusión. Sobre todo, ¿quién controla la aprobacIón de que los motos y la cletas circulen, sus placas, reglamentos (sin casco NO) y otras minucias del tráfico urbano?
Gayosso espera.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no se puede entrar sin tapabocas): Dijo Trump a Davos que los atorones no son con Canadá y que con México todo va muy bien. Dice la señora Presidente que cuatro mil mexicanos deportados en un día de Estados Unidos no es número a considerar. Ella sabrá. También soltó que ella no cree que pasado mañana sábado Estados Unidos aplique el 25 % de aranceles a las exportaciones de México hacia allá. Agrega que, si eso pasa, ella tiene un plan.
No vamos a morirnos sin ver ese plan. Y sus consecuencias.