Ya lo perdimos… A AMLO definitivamente el poder lo está enloqueciendo; estuvo 23 años esperando el Premio Mayor y lo consiguió.
Recuerdo que un amigo mío convertido en un “amlover”, pero de los más radicales, de los que se encienden, enloquecen y empiezan a gritarnos cuando criticamos a López Obrador, me dijo un día, cuando recién empezaba su gira de agradecimiento por todos los confines del país: “Es incansable”; sí, le respondí, lástima que llega muy tarde al Gobierno de la República.
No quise molestarlo, sabía de sus reacciones y ahí paré; preferí ser prudente, sabía de sus desatinos y tenía la certeza de que el poder lo trastornaría, sobre todo porque los 30 millones de ciudadanos que votaron por él eran un peso formidable sobre la sesera del nuevo Presidente.
Y continuó desde entonces con su verborrea de siempre; prometió muchas cosas durante su campaña política y estuvo decidido a cumplirlas a cabalidad; sabía también de su terquedad, a la vez que el trataría de colgarse triunfos.
Es, desde luego un autócrata contumaz. Y vinieron sus desatinos. Formalmente desde el momento mismo de su exaltación; empezó por dejar inconclusa la obra del NAIM en Texcoco, aeropuerto bien planeado que cumplió a cabalidad todos los requisitos técnicos y plurales; ésta acción destructiva me hizo saber lo que vendría después, una serie de barbaridades que nos ha recetado desde entonces.
Para AMLO, todo lo que sus antecesores hicieron en la Silla Presidencial estuvo mal, además de llevar –según él– el agregado de la corrupción y el robo descarado en que se hicieron todas las obras de los últimos 5 presidentes que le precedieron.
Desde entonces, esa cantaleta, ese desatino ha ido acrecentándose; todos son corruptos menos su persona; y así continuó, cree que es algo así como un Apóstol decidido a cambiar honestamente al País, arrogándose, desde luego el derecho a hacer lo que le plazca, sin que nadie lo asesore; pudiéramos decir que ese discurso mañanero nos hace ver que es incorruptible, y eso le da una “calidad moral”…
Y siguió de frente, como torbellino personalizado, cambiando todo para después empezar a planear y, hasta entonces, su honradez puede más que las leyes que, como Mandatario se ha comprometido a hacer, por ello protestó “cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan”.
Se cree Mesías redentor de México. La mitomanía es un virus que le ha pegado fuerte. Sus extravíos continúan a diario; en las conferencias de prensa “mañaneras” ha dicho muchas mentiras; hay quienes aseguran que lleva a la fecha, (15 meses), casi 20 mil, algo insólito para un mandatario en el mundo.
No ha comprendido aún que ahora es Presidente Constitucional, sin embargo él sigue en constante campaña para obtener la gloria con su famosa “cuarta transformación”.
Pero tanta tontería, tantas explosiones discursivas han terminado rebajándose a sí mismo a la vista de todos, desatendiendo su Investidura, rebajándose a sí mismo.
Quitó las Estancias Infantiles sin aviso previo; las madres que trabajan se quedaron desamparadas; la “mala leche” del Terco del Palacio las ha obligado a buscar a alguien que les ayude a sortear ese agravio descomunal.
En Educación, derogó la Ley Reformada por el Presidente Peña pero reinstalando al nefasto Sindicato.
Ordenó el desabasto de medicinas pensando que ahí estaba otro foco de corrupción, sin pensar que había muchos niños con cáncer que quedaron sin tratamiento médico.
Y muchos males más que por “sus pistolas” ha instrumentado; ejemplo, la obra de la refinería; la famosísima rifa del Avión Presidencial que no se rifó porque no estaba comprado, etcétera.