Veo desde lejos a la joven empleada bancaria. Trae una amplia servilleta de papel con la que se limpia constantemente las manos. Varias veces la roció de antibacterial. Limpia sus manos y vuelve a limpiar la manija plateada de entrada al banco. Limpia y limpia sin parar, sin poder evitarlo. Limpia el cristal de la puerta. Limpia la manija plateadísima. Limpia de nuevo sus manos. Sus manos se ahuecan una contra otra, se abrazan, mientras indica a los clientes que aplican un protocolo y entrarán de 10 en 10. Amable y educada la joven. Y asustada.
-Qué Bueno que tienen gel para aplicarnos a la entrada, le digo. ¿La medida de limitar la entrada es por la contingencia?
-Sí señora. Aplicamos el protocolo indicado.
-Qué difícil para ustedes trabajar al público en estos momentos
-Si usted supiera…
-¿Qué te pasó, se molesta la clientela por las medidas tomadas?
-¡Más que eso! Hace unas horas llegó una señora. Parecía agripada. Se le preguntó si tenía fiebre. Nos dijo que tenía el coronavirus pero que tenía que hacer un pago y que nadie podía ayudarla con el trámite. Se llamó a Seguridad…
Alguien de dentro le llama. La chica, sin soltar la servilleta empapada de gel, abre la limpísima puerta de vidrio. Se vuelve a aplicar antibacterial en las manos. Una y otra vez. Y otra más…
¿Qué sería de la irresponsable clienta?, me pregunto. ¿Los bancos perdonarán un pago hecho fuera de tiempo si compruebas que tienes el coronavirus? Sin duda la vida ya no será la misma. ¿Transformar la sociedad? ¡Por supuesto! Pero hemos de plantearnos las nuevas preguntas.