Dallas, Texas – (Diario regresivo, noviembre 2, falta 1 día para las elecciones en EU). En esta entrega, la penúltima de esta cuenta atrás, va mi expectativa.
Uno espera que este país sea mayoritariamente azul, que el voto popular sea una ola que arrase con las argucias trumpianas y no deje espacio a una decisión del Colegio Electoral -ese aspecto disfuncional del sistema electoral estadunidense.
A estas alturas de la historia el “filtro” que representan los delegados-electores del Colegio Electoral debe ser erradicado de la Constitución. En las elecciones que han sido efectuadas en este siglo XXI, los delegados convirtieron en ganadores a los perdedores George W. Bush y Donald Trump, dos pésimos, pésimos presidentes.
Esas disposiciones han sido demasiado caras. Una elección indirecta que no respeta del todo al voto popular es antidemocrática. Ya es hora de que eso cambie.
Mientras tanto los dos candidatos que se disputan la Casa Blanca son el vivo retrato de la gerontocracia que gobierna en este país, pero no es la única coincidencia. Hombres. Blancos. Conservadores. El establishment de la política estadunidense está sobre sus hombros.
Sin embargo, en este momento los confrontan dos posiciones absolutamente distintas, situadas en los extremos de un país dividido, ubicadas en los filos del abismo que les separa. Donald Trump el pirómano. Joe Biden el aspirante a apagar los fuegos que el incendiario ha regado por todas partes. Trump el ultra, el radical de la derecha. Biden reubicado en el ala izquierda de su partido, la circunstancia política del país lo ha vuelto un progresista pragmático.
Hay, sin embargo, cosas que no hablan del todo bien de Biden en su largo periplo por la política de Washington, pero hoy una lo salva por sobre todo lo demás: Va contra Trump.
El conflicto que nos divide es poliédrico. Uno busca explicarse la actualidad política estadunidense con el hecho de que todo país conlleva en su vida diaria una gama de luchas, incompatibilidades, oposiciones a su gobierno, pero el punto aquí es que desde que Trump asumió la presidencia comenzó el desbarajuste.
Son pues varias facetas desde las cuales se puede explicar la problemática de la división, pero en estas líneas enfoco la que rige al grupo de seguidores que llevaron a la Casa Blanca a Trump.
El profundo problema de discriminación racial que carga este país es parte central del antagonismo, de ahí se precipitan otros factores igual de abominables, con los que Trump incita a gran parte de sus seguidores.
Hace un momento, al estar reflexionando para continuar estos apuntes (el sábado 31 de octubre por la mañana), me avisaron: “Prende la TV, mira lo que firmó anoche el infame de la Casa Blanca”. El pasado viernes 30 de octubre, Trump le echó gasolina al fuego: proclamó el 1 de noviembre “día de conmemoración de los estadunidenses asesinados por extranjeros ilegales”. ¡Qué tipo más indigno!
Trump saca su xenofobia selectiva de nuevo en estos comicios cuando está contra las cuerdas. Es otro desplante de su desesperación. La xenofobia a la que apela está anidada en esa parte de sus huestes que se ponen la gorra que dice MAGA (iniciales de Make America Great Again), muchos de ellos extremistas cuyas filas más radicales esperan con sus armas listas. No es exageración ni metáfora, esperan con sus armas listas el llamado de su líder. Tampoco exagero al subrayar que entre los simpatizantes trumpianos hay milicias con tendencias criminales; y podemos agregar que está una legión de ku klux klaneros reloaded cuya agresividad es fomentada, como se ve día a día, por su infame cabecilla.
Esa proclama indecorosa de Trump es un fogonazo en la obscuridad que lo caracteriza. Nomás. El tuitero de la Casa Blanca ha desvirtuado el cargo, su continuo autorretrato en la red expone al sinvergüenza ególatra que nos encabrona. Pero nuestro enfurecimiento no estriba solo en su enfermiza excesiva valoración de sí mismo, superflua e irrelevante, sino sobre todo porque lo insustancial de sí mismo lo ha traído a edificar un muro en la frontera contra los inmigrantes; lo ha traído a sacar a flote al supremacismo blanco que desata al racismo y la xenofobia; lo ha traído a ignorar las políticas sobre el medio ambiente, a desmantelar el sistema de salud construido por Barack Obama, a reducir los impuestos a los súper ricos, a trastornar con desfachatez las relaciones exteriores, en fin a desbarajustar la vida de este país.
Por eso hemos salido a votar masivamente para echarlo. A unas horas del 3N, uno sigue con la esperanza puesta en el apagafuegos que representa Biden.
Raúl Caballero García, escritor y periodista regiomontano. Para comentarios: [email protected].
