Terminó el mes de marzo con todos sus días y noches insalubres. Hubo días malos y otros malísimos; lo cierto es que la calidad del aire siempre fue malsana.
El refrán que reza marzo engañador, un día malo y otro peor, cayó como anillo al dedo para los habitantes del área metropolitana de Monterrey.
Marzo fue un mes trágico, no sólo por la contaminación que escupe la industria, los vehículos automotores, la refinería de Pemex, las pedreras, los espíritus nauseabundos de los basureros y las hediondas aguas residuales. Échale encima las toneladas de ceniza que generaron los incendios forestales de la Sierra de Santiago. Sin mencionar las consecuencias de la deforestación.
No soy alarmista, soy un pasajero más de esta nave espacial sustentable que gira alrededor del sol a una velocidad media de 107 mil 280 kilómetros por hora. Si se jode la calidad del aire de la nave, enfermará la tripulación.
Nadie dice: enfermó por respirar aire contaminado. En todo caso: enfermó por problemas cardiovasculares, por dolencias respiratorias, por un accidente cerebrovascular, por cáncer de pulmón, por una neumopatía crónica o porque no se cuidó. Así son los diagnósticos y, con eso, pareciera que la calidad del aire no tiene ninguna influencia nociva. Craso error.
El silencio de los
marrulleros
Mientras prevalezca
el silencio de las autoridades y la falta de acciones para restablecer el
equilibrio atmosférico, la salud pública continuará a merced de la negligencia
gubernamental y empresarial, incluso social.
La mudez de las autoridades frente a la espantosa contaminación de Monterrey es inaceptable. Se resisten a agarrar al toro por los cuernos. Hay demasiados intereses en juego y tal parece que las ambiciones pesan más que la salud pública.
Sabemos de qué lado
masca la iguana
Todos somos parte
del problema y parte de la solución. No nos hagamos que la virgen nos habla.
Urge un diálogo multidisciplinario, un Consejo que involucre a autoridades
gubernamentales, iniciativa privada, concesionarios del transporte, grupos
ambientalistas, universidades con sus estudiantes y especialistas, a mujeres y
hombres resilientes. Urge identificar con precisión la gravedad cada una de las
fuentes contaminantes y actuar en consecuencia.
Mientras se toman cartas en el asunto, no se debe andar en bicicleta en días peligrosos ni hacer ejercicios al aire libre en ciertas zonas y horarios. Ta´cabrón, en serio. La vida perdona todo, menos la ignorancia, siempre lo he dicho. No podemos seguir dándole la espalda al problemón ambiental.
Olisqueo el aire
Desde que salí de
un coma inducido derivado de un problema respiratorio hace poco más de 4 años,
me convertí en un observador del aire. A diario olisqueo el ambiente, lo
saboreo. Hoy por hoy, es difícil respirar sin poner en riesgo la salud.
Dicen que el aire limpio no debe oler a nada. Para mí, el aire tiene sus aromas como el agua sus sabores.
Veo y huelo el veneno que flota sobre el área metropolitana de Monterrey y me abruma pensar que 5 millones de personas de la “pujante” metrópoli inhalamos veneno oxigenado. La factura de la regia modernidad es muy cara. Atenta contra la salud pública.
Por eso digo que los pulmones saben qué onda con el aire que entra a nuestras vías respiratorias. Aunque los ojos no puedan ver la ponzoña pululando, el pulmón sí lo siente y lo resiente.