Marko Cortés y Alejandro Moreno, dirigentes del PAN y el PRI, comparten el sueño guajiro de ser candidatos a la presidencia de la república, cual si fueran verdaderos líderes de oposición y no farsantes. Roberto Madrazo y Ricardo Anaya pudieron serlo en 2006 y 2018 a base de artimañas, solo para ser humillados en las urnas. Está cantado que los partidos más longevos irán juntos en la sucesión de 2024 en compañía del fantasmal PRD. La duda es quién será el abanderado de la coalición «Va por México», empujada por el activista Claudio X. González, fundador de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, y otros adversarios de Andrés Manuel López Obrador. El PAN —segunda fuerza electoral en el país— lleva la mano, pero Cortés sería un rival cómodo para Claudia Sheinbaum o quienquiera que sea el ungido del presidente. Alejandro Moreno es pura pose.
El candidato indiscutible del PAN para la sucesión de 2024 era Rafael Moreno Valle, político rudo emanado del PRI, jefe de la bancada albiazul en el Senado. El exgobernador de Puebla dejó de sucesor a José Antonio Gali y luego impuso a su esposa Érika Alonso, como aquí lo hizo Humberto con Rubén. Cuadros nuevos de Acción Nacional lo aceptaban y admiraban por su don de mando y operación electoral, bastantes controvertidos. Sin embargo, el inesperado fallecimiento del matrimonio Moreno-Alonso, en un accidente aéreo, privó al PAN de su figura clave. El deceso de Moreno le permitió a Marko Cortés hacerse con la presidencia del partido.
La Coalición «Va por México» (PRI-PAN-PRD) debutó con el pie izquierdo en 2021. Fue incapaz de desplazar a Morena como primera fuerza en el Congreso y perdió en los 11 estados donde compitió por las gubernaturas. La historia podría repetirse el 5 de junio próximo, pues la intención de voto favorece al partido del presidente López Obrador. En un audio filtrado a los medios de comunicación hace cuatro meses, Cortés admite que el PAN solo está en condiciones de ganar Aguascalientes. El paisano de Felipe Calderón tiene en contra a exgobernadores y exlegisladores, entre ellos el coahuilense Juan Antonio García Villa, quien impugnó su elección como presidente del PAN por ser candidato único y por la ausencia de debate.
Los partidos nacionales perdieron fuerza cuando dejaron de influir en la designación de candidatos a gobernadores, alcaldes, diputados y senadores. El poder pasó a los ejecutivos locales, quienes hoy nombran sucesores en sus estados. Cortés y Moreno tratan de recuperar el control para estar en condiciones de decidir la candidatura presidencial. Sin embargo, excluir a los gobernadores, como sucedió en Aguascalientes, Hidalgo y Durango, donde sus delfines fueron suplantados por las cúpulas partidistas, lo pagarán con votos. En Oaxaca (PRI) y Quintana Roo (PAN-PRD) la coalición «Va por México» naufragó. Morena encabeza en ambos las preferencias.
La especie según la cual Movimiento Ciudadano (MC) apoyará al PRI tras bastidores se funda en la relación del gobernador Miguel Riquelme con su homólogo de Jalisco, Enrique Alfaro. Sin embargo, difícilmente el fundador y líder de MC, Dante Delgado, aceptará el papel de figurante. En ese escenario, es más creíble un acercamiento del delegado federal Reyes Flores Hurtado y del exsenador panista Luis Fernando Salazar Fernández con la administración de Riquelme. El destape temprano del exalcalde de Saltillo, Manolo Jiménez, y la determinación del diputado Jericó Abramo de ser candidato, por el PRI u otro partido, puede meter la sucesión en caminos escabrosos.