En Los cínicos no sirven para este oficio, el periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007) plantea una verdad incontrovertible y acuciante: «Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante». En la introducción de una entrevista con el autor de La guerra del fútbol, El Shá y Encuentro con el otro, realizada en 2000, pero publicada hasta el año de su muerte, el periodista chileno Juan Pablo Toro, entonces director de El Mercurio de Valparaíso, menciona la polémica sobre la supuesta falta de rigor de Kapuscinski en sus crónicas. Sin embargo, «Quienes valoran sus relatos (…) no lo hacen por la exactitud de la reconstrucción de una historia en particular, sino por el talento para presentarla con la verosimilitud que permite ir al fondo de la misma».
Con respecto al influjo de las tecnologías sobre los aspectos humanos del periodismo, Kapuscinski expone la tesis de la información vista como negocio. «(…) un gran peligro que corre nuestra profesión, nuestro mundo periodístico, es que la discusión sobre periodismo (su contenido, su sentido y su misión) está desde hace algún tiempo dominada por gente que no es periodista, sino por técnicos y hombres del mundo financiero. Ellos tratan la información como una mercancía; no les interesa mucho lo que es objeto del periodismo, la búsqueda de la verdad».
»Por el contrario, lo que les interesa es que la información sea atractiva para ser vendida fácilmente. Y ese cambio de criterio nos lleva hacia un camino muy peligroso, porque se pierde lo que fue siempre la preocupación de los periodistas (al menos de los periodistas serios y responsables). Por ejemplo, tenemos el caso de la ética en el periodismo, de la que ya no se habla. Ahora se piensa en cómo podemos mandar más rápido las noticias, cómo conseguir una transmisión. Pero no nos preguntamos qué noticia enviamos. Estos fenómenos son muy inquietantes. Es muy peligroso que en la discusión dominen los aspectos puramente técnicos y no se hable de los éticos».
Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2003 debido a «su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo tipo, que han tratado de tergiversar su mensaje», el Kapuscinski provocador sugirió en otra entrevista: «Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas de comunicación de masas trabajan al servicio de la información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más, lo que se dice o lo que se calla?».
El escritor Enrique Serna brinda una respuesta desde la perspectiva mexicana en El vendedor de silencio (Alfaguara, 2019) por el cual ganó el Premio Xavier Villaurrutia. La novela trata sobre la vida del periodista Carlos (Excélsior), cuya complicidad con el poder e influencia política le permitieron, además de obtener grandes ingresos, cometer atropellos hasta que su última mujer le pegó un tiro y lo mató. Julio Scherer, a la postre director de Excélsior y fundador de Proceso, reconoció el talento de quien fue referido por la Associated Press como «uno de los diez reporteros más influyentes del mundo». Sin embargo, el juicio de Scherer sobre Denegri es implacable: «el mejor y el más vil de los reporteros».
Serna expresó su asombro por el protagonista de su novela en una entrevista: «A mí me llamaba la atención que hubiera existido un personaje que estaba tan intoxicado de poder y al mismo tiempo fuera tan vulnerable como Denegri». En una charla con la Comunidad de Círculo de Lectura de Monterrey, celebrada el 11 de mayo de 2021, a propósito de El vendedor, Serna reflexiona: «Es un hombre muy inteligente, capaz, pero al mismo tiempo contrasta con sus conflictos. Carlos Denegri estaba muy olvidado. Él pertenece a la cultura de la corrupción de la época de oro del PRI, donde había una aceptación enorme de la corrupción». En el periodismo siempre existirán Denegris, pero difícilmente le igualarán en dominio de idiomas, cultura, ingenio y relaciones dentro y fuera del país. El final de Denegri confirma la máxima de Kapuscinski según la cual «(…) Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias».