Jaime Torres Mendoza, escritor y artista, describe con precisión quirúrgica a un sector cuyos integrantes son fácilmente identificables. El texto, riguroso e inobjetable, publicado en el bisemanario «Espacio 4», empieza así: «Siempre ha existido una clase de individuo presuntuoso que se cree el centro de donde parten todos los elementos de explicación del mundo; en su extravío también se cree dueño de todas las verdades. El tiempo puede certificar su existencia, como puede certificar el hecho de que, en el fondo, no es mas que un necio.
»Su principal monomanía es la de tener las soluciones precisas para todos los problemas con que una sociedad se enfrenta en el tejido de sus relaciones. Esta clase de individuo es un pedante, de trato sumamente desagradable de quien la gente seria e inteligente podría reírse indefinidamente, aunque no lo hace porque la gente seria e inteligente percibe con claridad lo que en el fondo esta clase de individuo es en realidad un sujeto dañino para el equilibrio de una sociedad.
»Su ridiculez, al quedarse fuera del círculo de la inteligencia, lo ubica en el pedestal de la falsedad donde se siente a gusto y se mueve como pez en el agua. Esta clase de individuo lleva en México, la detestable etiqueta de político, cuya galería es amplia, vergonzosa y ridícula en la historia de este país. Y de esos tenemos muchos, uno en particular, cuya voz cansina y apagada está reduciendo a cenizas la construcción de instituciones que tanto le costó al país en el pasado reciente y por las cuales se había ganado la respetabilidad de muchas naciones.
»¿Cómo es posible que la ciudadanía mexicana se entusiasme tanto con esta clase de pedantes, hasta el punto de encumbrarlos como sus gobernantes más queridos? Quizá es una especie de entusiasmo ingenuo en las mentes pequeñas que caen rendidas ante cualquier campaña publicitaria que los hace herederos de las verdades absolutas y que prometen beneficios aunque no solucionen los problemas vitales de la sociedad.
»En términos de generalidad, este gran gandaya es el político mexicano que, una y otra vez, aparece en escena para encumbrarse como el mejor representante de una inteligencia sin sustancia, de un accionar perverso y aniquilador de una conciencia ciudadana que, cada vez también y con mayor presteza, les entrega las riendas de una nación que va, irremediablemente, hacia el abismo.
»Este político mexicano es el que sale enriquecido impunemente después de su gestión de administración pública, el que no pisa la cárcel aunque se haya robado miles de millones de pesos pertenecientes a los fondos de la nación, el que se apropia de grandes extensiones de tierra para convertirlas en “ranchos” de fines de semana, absolutamente improductivos y que constituyen una carga más para el ciudadano corriente, el que es engrandecido con otro nuevo cargo público como premio a la corrupción hoy llamada desde la más alta tribuna: lealtad a ciegas. (…)
»En México padecemos a sujetos a quienes mantenemos de por vida en una burocracia cara e ineficiente, generalmente emanada de las nóminas de los partidos políticos. Todos esos holgazanes, pequeños reyezuelos de estatura mínima son, sin embargo, poseedores de territorios simbólicos donde ejercen su bajeza gracias a un poder que la democracia de sufragio, en la que sólo cuenta el voto y no la conciencia con que fue emitido, les otorgó en las urnas. (…) Pobrecito de nuestro presidente, embelesado con su propia voz no se ha dado cuenta que hay otro discurso que clarifica el concepto del mundo pues es un ejercicio lúdico de reconocimiento de las áreas más ocultas del ser humano. (…)».
(Texto íntegro en https://espacio4.mx)