Por: Luis Antonio Lucio
Algo no le cuadraba de ese becerro. Malorio desde que lo vio bajar del trailer. Sabía distinguir entre el ganado bueno y el malo. Era de madrugada, había oscuridad y adentrarse en los corrales era salir con las botas llenas de mierda y ser seguido por una nube de moscas – de esas que pican- de panza verde.
Los vaqueros metieron la becerrada en los corrales de engorda y le reportaron.
– Ya acabamos patrón-.
Luego se fueron a dormir.
De día los traileros eran interceptados por patrullas de carreteras municipales.
Los bajaban del macho por cualquier cosa.
– Pero traigo todo en regla jefe-.
– Si señor, pero al municipio le cuesta el mantenimiento de la carretera-.
– Ta bien, ta bien; ahí va-.
Por eso ranchereaban por la madrugada.
De noche no había patrullas, el reino era de los patrones. Con ellos los arreglos eran a otro nivel.
¿Hubo problema con los patrones?
-No hubo pedo señor-.
Amaneció.
A ver Tiburcio – llamó al caporal- tu y el veterinario chequen este animal.
De rato.
– Dice el médico que este animalito viene mal, señor. No tarda en morir.
Pinche compadre -dijo para simismo- ya me chingo otra vez.
– Pues llevenlo al rastro, lo matan y lo llevan a la carnicería-.
Un montacarga dejó caer el cuerpo inerte sobre la trocona de Tiburcio.
En los corrales nubes de moscas jugaban a molestar a los becerros. Ellos las chicoteaban con la cola. No podían moverse empotrados en los corrales de engorda, ni dejar de comer.