Se reúnen en manada. Jamás lo hacen individuales. Solo funcionan en lo colectivo. Al hacer escuela. Al formar sus cuadros.
Esperan lealtad a toda costa. Aun cuando exista la necesidad de poner el pecho en las intentonas fratricidas.
Su amor por México se resume a la capacidad para hacer negocios a costa del erario.
Quienes se rebelan al liderazgo tienen los días contados. Deben besar el signo de la autoridad. Pasar por el aro.
Por eso no extraña, en absoluto, en algunos institutos políticos, la suciedad de sus dirigentes, la poca ética para quienes cubren las cuotas de meritorios en transición.
La misoginia y la colusión para intimar erótica con sus mentores. Los puestos se ganan en la alcoba no en los cursos sobre estrategia parlamentaria.
En las jaurías, sin excepción, la primera orden se reduce a obediencia plena. Sin chistar ni comentar en absoluto.
En las jaurías, solo uno es el lomo plateado. Sus cachorros pueden enseñar los dientes, ladrar, amagar, pero jamás morder.
Le llamaran al orden. Lo exhortaran a conducirse de forma escalafonaria. Solo así se entiende los feudos y los cotos de poder en delegaciones, alcaldías y en los plenos de diputados locales y federales.
Todos deben ensuciar sus vestimentas. Llevar el maletín del licenciado. Ganarse la confianza de sus compañeros.
Probidad de lealtad a toda costa. Aún, de la familia.