Id y poblad la tierra. Su familia sigue el mandato divino. Incluye, de forma poco ortodoxa, como lo es la Torah, nuestro pentateuco, con las hijastras o las múltiples parejas ocasionales.
Al ser la familia más poderosa, de nuestro universo conocido, se les toma como excentricidad. No como un abuso de su posición económica o de privilegios.
Siguen como lo hizo el caldeo-hebreo Abraham, ser el padre de las multitudes. En un planeta, a pesar de las pandemias, con 8 mil millones de habitantes, el lujo de las familias numerosas es un recuerdo del pasado.
Cuando el ingreso del mentor era suficiente para sostener a los hijos, de manera decorosa y sin necesidad de prendarios.
La mujer, sin acceso más allá de la educación básica, al estirar el presupuesto, daba lecciones de humildad, decoro y templanza.
En pleno siglo XXI, la mezquindad de las vidas poco ejemplares de los magnates hace soñar a los lideres del crimen organizado.
Son indistinguibles en sus afectos y en su altruismo efectivo. Pone de ejemplo a la democracia. Con sus recursos construye carreteras, escuelas, iglesias, da becas, impulsa al progreso social de sus paupérrimos orgullos de nacimiento.
Los otros, los magnates financieros, con ir al espacio algunos minutos, adoptar niños de cada continente e ir de shopping con ellos, es suficiente.
El apellido, es la herencia bendita en una tierra bañada en sangre.