Apareció un cuerpo colgando en la anacua de la plaza mayor, otro en el mercadillo del barrio de la cagarruta y uno más frente a los comercios de la salida del pueblo.
Cada uno tenía tasajeada la barriga y las vísceras colgando a la vista de todo el mundo.
-Esto les pasa por tragarse lo que no se ganaron- decía un mensaje. Firmaban Los patrones.
La Mora vivía una de sus peores épocas.
Comerciantes, ganaderos, ejidatarios y todo aquel que tuviera un ingreso superior, debía de pagar una cuota, a un grupo de ajenos que llegó al pueblo apoderándose de la economía.
Todo iba más o menos bien, el diez por ciento no era gravoso para la mayoría.
-Como quiera, algo queda p’a comer-.
Los negociantes aumentaban los precios y los que de veras la llevaban eran las gentes del pueblo.
Uno de ellos se aventuró a la plaza mayor y allí ante la vista de todos le arrebató la mujer al peluquero del pueblo.
Pensó que Isaías no se iba a defender y le hizo frente.
-Qué cabrón las vas a hacer de pedo-, le dijo sacando una pistola nueve milímetros y poniéndosela en la frente.
Isaías agachó la cabeza y metió las manos en las bolsas del pantalón, como mostrando sumisión.
Como diciendo: no hay problema, esta vez ganaste tú.
Pero en las cosas del honor, no hay espacio p’a la cobardía, Isaías rápidamente sacó su mano derecha del pantalón empuñando la navaja de afeitar que siempre lo acompañaba.
La sangre del ajeno salió a borbotones del pescuezo y en menos de un minuto quedó tirado allí en un chaco de sangre.
Su piel quedó más amarilla que una tortilla de nixtamal y en su rostro quedó impresa una mueca de incredulidad.
No era la primera vez que pasaba eso. Días antes se llevaron a la mujer del profesor del pueblo.
La casa estaba fortificada por un barandal de acero, pero los ajenos anclaron un par de cadenas a las celosías metálicas y las jalaron con una camioneta 4 x 4. Entraron por ella y la raptaron. El profe murió de un balazo.
Un video de eso fue publicado en la red.
-Esta vieja le gustaba de a madres al jefe-.
La muina brincó de casa en casa y de jacal en jacal. De rancho en rancho y de una persona a otra.
-Esto ya es mucho-.
-No debe volver a pasar-.
-Que ya se nos quite lo dejados-, dijo un viejo.
-Lo pendejos-, dijo otro.
Ante un cadáver, la gente se reunió en torno a Isaías.
-Hay que echarlos del pueblo-, gritó uno.
Muchos traían sus carabinas en las camionetas y todo fue que alguien hiciera punta p’a que se armara la defensa.
Un convoy de veinte camionetas llegó a la quinta de los ajenos y aquello se convirtió en una masacre.
-De aquí en adelante, todo va a ser diferente, los que mandamos somos nosotros. Somos los patrones.
Por eso cuando nuevos ajenos llegaron al pueblo y empezaron a poner a cuota a los comerciantes de la plaza mayor, a los del mercadillo y a los de los puestos de la salida del pueblo…
Salió la orden de que los mandaran sosegar.
Hoy La Mora es un pueblo en calma.
Un representante de Los patrones visita de vez en vez a los comerciantes para pedirles cooperación.
Cuando alguien retoba y dice estamos volviendo a los tiempos de antes el solo responde:
-el pueblo tiene que estar en paz ¿qué no?
