jueves, septiembre 19, 2024
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Monterrey

En busca del Guajuco

El paseo dominical más concurrido por los regiomontanos son los puestos y diversiones a los lados de la Carretera Nacional, en el tramo que corre en el conocido como “Cañón del Guajuco” . Una sociedad que no solo ignora o niega su pasado y ancestros indígenas, sino que ensalza a sus conquistadores y se inventa pasados sefarditas, tiene como lugar emblemático un paraje que lleva el nombre de alguien a quien la misma crónica oficial describe como “un indio vándalo”, “ladino y cruel”, terrible “tanto por estas regiones de la Sierra Madre como hasta en los linderos con Monterrey”, es decir, un forajido. Pero, ¿quién era “el Guajuco”? En realidad nadie sabe, nadie sabemos, tenemos que buscar, hurgar, escarbar entre leyendas, mitos y desinformación, para ver si en el fondo queda algo que nos diga quién fue ese indígena tan presente en nuestras nomenclaturas como desconocido en su persona.

Sí y no era un indígena. Guachichil, pero crecido y educado en una hacienda por conquistadores. Empecemos por el origen. Los guachichiles o cuachichiles eran un grupo indígena del enorme grupo de naciones englobadas en el genérico “chichimeca”, su idioma era una variante del náhuatl y en ella su nombre significa “colibrí” mediante una curiosa etimología: Nahuatl = huitzilin = huitzitzilin -> huichichile -> huachichile = guachichile -> huachichil = guachichil. ¿Por qué un nombre tan delicado para unos guerreros tan temibles y “desalmados” protagonistas principales de la “Guerra Chichimeca”? Usualmente iban ‘desnudos’ según el concepto europeo pero ellos se ‘vestían’ pintándose el cuerpo, y los guachichiles lo hacían al modo del colibrí cabeza roja. Por su complexión física, altos, fuertes, resistentes, fueron muy usados como mano de obra esclava en las minas, sobre todo en Zacatecas, Mazapil, para el caso que nos ocupa, de donde vinieron en busca de esclavos para vender los fundadores de Santiago del Saltillo y de Monterrey, sí, en ambas fundaciones estuvieron presentes los guachichiles.

En el acta de fundación de Monterrey se señala “sitio y solar para la Iglesia Mayor” dedicada a “Nuestra Señora” y “para adorno y ornato de su templo y altar […] y cosas necesarias, “cuatro caballerías de tierra y sitio de huerta”, “que se han de regar con el agua de los ríos de Santa Catarina y Santa Lucía”, “y para ayudar a cultivar esas tierras, los indios caciques naturales de esta tierra que son el Cacique Napayan, guachichil, con su gente” y otros caciques con sus respectivas gentes. ¿Dónde vivían esos guachichiles? Por referencias posteriores, sabemos que principalmente en la hacienda o estancia de Santa Catalina, hoy Santa Catarina, N.L., y en la hacienda de San Francisco, hoy Apodaca, N.L.

La hacienda o estancia de Santa Catalina, era propiedad de Lucas García, de todas las confianzas de Diego de Montemayor, autor de la fundación y su acta, quien lo llamaba “para intérprete de lo que la gente guachichila hablaba y mediante a esto lo llamaban Capitán de la Paz”, lo acompañó en la fundación, por lo que muy probablemente haya sido el intérprete de Napayan, quien estaría en su hacienda con su gente.

Cuando Diego de Montemayor hizo su famosa y controvertida fundación y le dio por nombre el título del Virrey sin conocimiento de éste, y además se autonombró gobernador alegando ser el sucesor de Carvajal , estaba fuera de la legalidad y lo sabía, así que, al regresar Juan Pérez de los Ríos, desde Saltillo, con la noticia de que se le había recogido el despacho que llevaba para el virrey y que se le había comisionado para administrar justicia en Monterrey, Montemayor envió inmediatamente para la ciudad de México al de todas sus confianzas, para tratar de resolver la peligrosa situación en que estaba. Para esto echó mano de su amigo Lucas García, quien además llevó como prueba viviente de la educación y cristianización de los indios, a varios de los guachichiles de su encomienda, entre ellos al joven hijo del cacique Napayan (“Cuatro veces cautivo”): un muchacho llamado Cuaujuco (“Pájaro Carpintero”). Obviamente el Virrey hizo las consultas necesarias a la Real Corte ya que “le pareció notable el exceso” y se tardó dos años en responder, ya que un despacho a España tardaba tres o más meses en ir y otros tantos en regresar, así que su respuesta fue hasta el 11 de febrero de 1599 dando un nuevo título de Gobernador, ahora sí legal, a Montemayor y ratificando la fundación que había hecho. Pero los buenos oficios de Lucas García fueron tan eficaces que el Virrey “hizo capitán y dio de vestir” al Cuaujuco, es decir, le reconoció el liderazgo entre los suyos, y a partir de entonces podría “vestir”, es decir, andar como español y no “desnudo” como indio.

Como ya hemos dicho, quienes llegaron a poblar estas tierras, lo hicieron, principalmente, en busca de “piezas”, es decir indígenas que vendían como esclavos, sobre todo en las minas, Alonso de León mismo nos dice que “no se tenía por hombre el que no llegaba a las rancherías de amigos o enemigos y quitaba los hijos a las madres, para vender”, claro, bajo la pretendida “justificación” de que “no había otra venta para comer, y sin ella no se podían pasar, sino muy trabajosamente”, como si la vida, libertad y cultura de los nativos valiera, como si fueran seres inferiores; y en esta cultura esclavista creció y fue educado Cuaujuco, así que éste “vendía piezas, que entraba a la tierra adentro a hurtar; y llevando mal que los españoles, sin ayuda suya, hiciesen otro tanto”.

A pesar de todo, Cuaujuco tenía sus límites: cuando los excesos de los conquistadores afectaron a su gente, así que en 1624 él mismo hizo “una convocación”, llamando a los indios a sublevarse, y “trató un alzamiento desde la ciudad donde residía”, es decir, Monterrey. Así organizados, el 3 de febrero a mediodía, atacaron la Hacienda de los Nogales, actual San Pedro Garza García, N.L., “había algunos hombres que iban descuidados, saliéronles al encuentro los indios; hirieron a un mancebo llamado Andrés de Charles, atravesándolo de un flechazo; los demás se recogieron a la casa”. Como pudieron, los atacado dieron aviso al Justicia Mayor Alonso Lucas, apodado “El Bueno”, quien inmediatamente mandó llamar al Cuaujuco, con la firme sospecha, si no es que seguridad, de que éste era el instigador, pero Cuaujuco, ya bien rebasados los más de 40 de edad, con gran aplomo, “dióse por desentendido y mostrando enojo, pidió licencia para ir a inquirir quién lo había hecho y traería los agresores, ofreciéndole al justicia mayor no venir hasta traer los culpados y tanta gente, que se espantaba de verlos”.

Alonso Lucas puso en alerta a toda la población, y lanzó una cacería para hallar a todos aquellos indios que no “pertenecieran” a los suyos, y así, por la noche “hallaron en el jacal de una india, Antonia, que servía al convento, un indio enemigo. Cogido, declaró que mañana habían de dar los indios en la ciudad, y que él venía a ver qué disposición y guarda había; y que la india Antonia daba los avisos que convenían”. El Justicia Mayor llamó al capitán Joseph de Treviño, sobrino de Lucas García, “para que con treinta hombres, que se pudieron juntar, sacasen aquel indio a ahorcar, y ellos se emboscasen en la ciénega que es hoy la labor de Juan Cavazos [ex-hacienda y actual zona habitacional de Santo Domingo en San Nicolás de los Garza, N. L.], y la tal madrugada se fuesen acercando a la ciudad”. Así, la madrugada del 4 de febrero, “ahorcaron el indio y bajó el capitán, contra la réplica de los soldados, a la Pesquería”. Desde el camino “vieron los humos que enderezaban a la ciudad por tantas partes” que delataban los campamentos de los indios rebelados y daban “seña cierta de que iban a ella [la ciudad]; con todo eso no quiso volver, diciendo que en la ciudad se defenderían; que pasasen ellos a la chusma”. Aunque el cronista De León justifica su actitud, nosotros diríamos, con voz popular, que “el miedo no anda en burro”, y los hechos durante el día, confirmarían sus temores.

Y como después romantizaron las películas de vaqueros de Hollywood, apenas romper el alba, los indios tomaron los leños de sus fogatas, el humo cesó, y la primera luz del sol que llegaba desde atrás del Cerro de la Silla vio a Cuaujuco y su gran amigo y compañero Colmillo, con grandes gritos y acompañados de la algarabía de cientos de guachichiles, irrumpir entre las casas de la pomposamente llamada “Ciudad Metropolitana”, que, a decir del Obispo De la Mota y Escobar, no tenía casas de adobes, sino de palizadas embarradas y techos de zacate o paja, aún sin iglesia, colo unos jacales que hacían de convento a los franciscanos. Los pocos hombres que había, incluidos los frailes, disparaban sus arcabuces, pero la lentitud de tener que cargarlos con balines y pólvora después de cada disparo, no podía con la lluvia de flechas e indios montados a caballo con los leños como antorchas usándolos como antorchas para prender fuego a cuanto estaba a su alcance. Algunos atacantes murieron con los arcabuzazos y por los defensores resultaron heridos el capitán Antonio Rodríguez en una pantorrilla, que después, yéndose al Saltillo, se le inflamó y murió, el capitán Gonzalo Fernández de Castro, Juan Pérez de Lerma y Pedro Rangel, así como un indio amigo de los conquistadores que murió defendiéndolos y no mereció ni que estos guardaran su nombre. Como a las nueve de la mañana se empezaron a retirar, llevándose todas las yeguas, caballos, vacas y cabras que había, ya sin resistencia alguna de los derrotados, saliendo por el Cañón que después se llamaría “del Guajuco”.

Otro grupo había entrado por el oriente atacando la estancia de los Lerma (aún conocida así en Guadalupe, N.L.), que defendieron y resistieron Juan Marín de Lerma, su hijo del mismo nombre, “muy muchacho”, y su esposa Mariana Martínez.

En cuanto tuvieron respiro, el Justicia Mayor, Alonso Lucas, salió con Leonardo de Mendoza a buscar a la compañía lidereada por el capitán Joseph de Treviño, que debió defenderlos desde Santo Domingo, temiendo hallarlos muertos por los indios, pero no, estaban en Pesquería, como hemos dicho, y desde allá veían el humo de la ciudad desolada. Aunque les ordenó regresar a la ciudad, se fueron sin guardar orden, “cada uno se fue por donde quiso; unos al Saltillo, otros se quedaron en Monterrey en sus casas”.

Pasaron unos días, y ya cuando estaban empezando a volver a su normalidad los conquistadores, por el Cañón de la Huasteca se oyeron nuevamente los gritos de Cuaujuco y su gente, “en la labor de Santa Catalina estaba un mayordomo llamado Diego Pérez; dieron los indios en ella, y con él estaban en el aposento un indio y dos indias. Estas le decían al pobre: –Sal, que no te matarán y te irás al pueblo; él no se atrevía; rempujándolo hacia la puerta. El Cuaujuco llegó y lo estiró, diciéndole que se desnudara; hízolo así, y, habiéndole prometido dejar libre, lo envió que se fuese al pueblo; y al pasar un montecillo lo flecharon los indios”; “avisó un indio que ya estaba muerto y todo saqueado”. La casa fuerte fue incendiada totalmente (ya hemos dicho que era de palos cubiertos con lodo, llamado “bahareque”) y en el botín se llevaron doscientas fanegas de maíz (aprox. 5 toneladas) que había en la galera, todo el ganado mayor y menor, la herramienta, ropa, etc., y además, se en el incendio desapareció la papelería (mercedes y títulos de las tierras, certificaciones de servicios) de Lucas García.

Cuaujuco se hizo famoso por este audaz ataque, a partir de ahí se volvió famoso entre los conquistadores y temido entre los indígenas no-guachichiles. En los documentos aparece como Cuaujuco, Cuahujuco, Cuagujoco, Cuagijoco, Guajuco, Guaxuco y Huajuco; “era alto de cuerpo, feroz de natural, mandaba con impero y hablaba diversas lenguas; causa de ser tan obedecido. Temíanle los indios, y él estaba tan sobre sí, que ya estimaba en poco las acciones de los españoles”.

Estableció sus reales en el cañón que hoy lleva su nombre, entre la Sierra Madre oriental y la cordillera del Cerro de la Silla, desde este cerro hasta la boca del Río Ramos, conocida como “Boca del Colmillo” por el lugarteniente del Cuaujuco. Desde ahí atacaba, tanto a los conquistadores que vivían en Monterrey y sus alrededores, única población ‘de españoles’, para abastecerse de ganado, caballos y cosechas, como a los indígenas llamados ‘borrados’, que en realidad eran varias naciones y habitaban los grandes llanos al oriente de la Sierra Madre, la sierra de la Tamaholipa y sus alrededores (conocida actualmente como Sierra de San Carlos o Sierra Chiquita en Tamaulipas) hasta las costas del Golfo de México.

El oficio que había aprendido y en el que había sido educado, era la venta de esclavos en el Saltillo, así, “tenía por mercadería el hurtar muchachos y muchachas, y vendíalos. Entraba con tres o cuatro la tierra adentro, y de su vista temblaban, dejándole sacar los hijos; que ponía en collera, sin ninguna resistencia”. Hasta que “a los fines del año de seiscientos y veinte y cinco, como quien va a montear fieras. Pasó del río del Pilón Chico, al que llaman el Potosí, y antes de llegar a él, estaba una ranchería, donde hicieron noche él y un hijo suyo y un valiente indio huachichil. Allí dijo la jornada que hacía y para el día que había de volver, y salió al amanecer, con su compañía”. Pero “estaban ya todos los indios tan hartos de él, tan ofendidos y tan deseosos de venganza; que les fue forzoso, viendo sus tiranías, a poner en efecto lo que muchas veces habían en plática propuesto. Hicieron llamamiento de muchas naciones, al instante que él salió; despachando sus mensajeros a todas partes, aplazando el día. Y, como el daño era común, no faltaron, […] [aliados] para ejecutarla en aquel mísero bárbaro. Juntáronse muchos, consultaron el modo que tendrían, y ya les parecía que se les iba la ocasión, según la deseaban; y como no hay plazo que no llegue, vino el que esperaban”.

“Viéronle una tarde venir con una gran presa; y ellos, que tan alentados se mostraban antes, ya la sangre se les hiela en las venas; ya el temor se apodera de sus corazones; ya el miedo les ocupa las potencia […]. Quedaron yertos y inmóviles, que ni aun alientos para mirarle a la cara tenían; tal era su vil ánimo. Apeóse [sic por ‘bajó el caballo’], puso su presa en orden, y fue servido, como otras veces lo había sido. No extrañó ver tanta gente junta; porque jamás creía lo que hicieron. Hízoles velar la presa, y él descansó del trabajo pasado. Otro día, le trujeron [sic por ‘trajeron’] las bestias. Ensillaron, y ya que la presa comenzó a caminar, quiso subir a caballo, y los indios, tan faltos de vigor para ejecutar su intento, que ya se les iba deslizando el copete.

“Había entre los convocados un bárbaro ferocísimo y de muy lejos. Éste, viendo la pusilanímidad de todos, dijo a los suyos, en lengua que no entendían todos, ni el Cuaujuco: –¿A qué nos trujeron? Pues nos llamaron, hágase lo dicho. Y fue llegando como a tener la bestia, y con la macana le dio al Cuaujuco un palo en el brazo derecho; que le quitó el movimiento de él. Levantaron gran alarido. El no pudo sacar la espada; el hijo suyo alcanzáronlo y mataron. El huachichil compañero se defendió bien; [pero] no bastó para que muriera. […]. El Cuaujuco, visto el atrevimiento y que estaba indefenso y que no podía esperar sino una muerte inhumana, […] anduvo huyendo por entre los jacalillos hasta que rindió el espíritu”.

Así halló la muerte el Cuaujuco, según lo contó a los conquistadores Juan Cuencamé, que antes había sido de la gente del Cuaujuco cuando éste hizo la famosa entrada a Monterrey, pero que se cansó de los excesos del líder y prestó su ranchería para la celada que le tendieron y que les costó la vida, fue tal su odio al Cuaujuco que “después fue, hasta que murió, el más leal y afecto a los españoles, de cuantos ha habido en este reino”. Colmillo, por su parte, regresó con su gente a la hacienda de Santa Catilina con Lucas García, aunque en 1635 todavía se le acusó de “haber aconsejado a los de la nación suatae” o ‘cuatae’ [dependiendo del origen peninsular del escribano, el ‘ceceo’ y ‘seseo’ de la pronunciación llevaban a intercambiar la grafía ‘s’ y la ‘c’], que vivían por el camino de la Huasteca [no confundir con los ‘guatae’, alazapas, de la Boca de Leones, hoy Villaldama, N.L:.], pero no se le comprobó y siguió viviendo entre los conquistadores. Aparece en documentos hasta 1638.

La rebelión del Cuaujuco, Guajuco o Huajuco, como se conoce hoy, duró a lo más dos años, incitando a conspirar a fines de 1623 y muriendo en 1625, sin embargo, la osadía de su ataque a los conquistadores, el primero que ocurrió contra ellos en estas tierras, el daño y temor que les provocó, lo hace durar hasta hoy. Todavía es posible caminar por la ahora calle, antes vereda llamada “Antiguo Camino de los Indios”, en los límites de Monterrey y Guadalupe, y llegar al “Ancón del Guajuco”, hoy nombre de colonia, ubicada junto a un “ancón” o “doble escuadra” que forma el Río la Silla, tierras de las que toma posesión Bernabé de las Casas en 1620. El ancón está “de frente pasando el rio por la parte de la Silla todo lo que alcance de una parte a otra de labor de cuatro caballerías de labor de tierra, con su casca de agua…» y desde ahí podemos imaginar al indio forajido reposando junto a su fogata, descansando, para, al amanecer, con el sol naciente a espaldas, divisar las casas de Monterrey, las de las estancias y haciendas que lo rodeaban, y decidir cuál sería su objetivo de ataque en ese día.

Bibliografía y Fuentes Primarias

Archivo Histórico de Monterrey

Colección

Civil, Vol. 2, Exp. 3;

Civil, Vol. 2, Exp. 7;

Civil, Vol. 3, Exp. 10, Fol. 1;

Civil, Vol. 3, Exp. 14, Fol. 7;

Civil, Vol. 4, Exp. 14, Fol. 7;

Civil, Vol. 14, Exp. 10, Fol. 12;

Civil, Vol. 14, Exp. 10, Fol. 13;

Civil, Vol. 14, Exp. 10, Fol. 1;

Causas Criminales Vol. 1, Exp. 19; AHM

Causas Criminales Vol. 9, Exp. 122 Fol. 6;

Correspondencia, Vol. 1, Exp. 46;

Protocolos, Vol. 14, Exp. 11, Fol. 4;

Protocolos, Vol. 14, Exp. 11, Fol. 27 bis No, 17;

Cavazos Garza, Israel, Cedulario autobiográfico de pobladores y conquistadores de Nuevo León, Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Nuevo León, 1964

Cavazos Garza, Israel, El Municipio de Santa Catarina, en la Historia. Humanitas: Anuario del Centro de Estudios Humanísticos, 7. pp. 301-311. 1966

Colibrí de amor, un ave en la Inquisición con 300 años de historia, expediente 70 del volumen 757 del Fondo Inquisición del AGN, Fecha de publicación 06 de julio de 2017.

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De León, Alonso, Historia de Nuevo León con Noticias sobre Coahuila, Texas y Nuevo México, publicado por primera vez por Genaro García en el tomo XXV de “Documentos inéditos o muy raros para la historia de México” en edición de la Librería de la Vda. de Ch. Bouret en 1909.

De Molina, Alonso, Vocabulario en lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana, Casa de Antonio Spinosa, México, 1571.

Del Hoyo Eugenio, Historia del Nuevo Reino de León (1577-1723), ITESM/Fondo Editorial Nuevo León, 2005

Retta Díaz, José Raymundo, Villa de Santiago, N.L. Centro de Información de Historia Regional, UANL, Hacienda San Pedro, Gral. Zuazua, N. L., 2001.

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