Es inevitable tocar el tema de la violencia desatada ayer en Chilpancingo por los maestros de la CETEG y del Movimiento Popular Guerrerense. Durante su enésima marcha contra la reforma educativa, llegaron hasta las sedes de los partidos PRI, PAN y PRD y literalmente las asaltaron. Como si fuera una avanzada de batalla, destrozaron lo que pudieron, e incluso en la sede del PRI iniciaron un incendio. Fue una jornada devastadora, aunque por fortuna incruenta, porque no hubo que se sepa agresiones al personal de alguno de los edificios.
Fue en verdad un incursión punitiva. Aunque se exhibieran consignas muy legítimas, el fondo no corresponde de ninguna manera con la forma. Se trató de una acción violenta, que si bien se dijo que fue desarmada, es muy relativo esa aparente indefensión de los manifestantes. Las pruebas están a la vista en los destrozos y el terror que sembraron en los tres edificios. No, no traían armas de fuego. Pero eso no significa que estuvieran desarmados. De hecho, portaban la más peligrosa arma que tiene la humanidad: la intención de dañar.
Los manifestantes ya no son sólo maestros. La CETEG ha asimilado en sus filas a un grupo variopinto de otros disidentes. No estamos seguros si el objetivo a estas alturas es sólo una revisión a la Reforma Educativa aplicada a Guerrero, o si hay otras demandas añadidas con los nuevos grupos. Los cetegistas aseguran que esos ataques son una respuesta a la falta de diálogo con las autoridades, y a la cerrazón de estas para aceptar sus demandas.
En realidad sí hubo diálogo, y su hubo avances para llegar a acuerdos. Incluso el PRD en Guerrero, que tiene bastante peso en el congreso de ese Estado, entró en diálogo directo y en mesas de trabajo para tratar las demandas magisteriales. El caso es que la CETEG no aceptó la propuesta oficial para llegar a un acuerdo. No les gustó la solución, por lo que declaran roto el diálogo, pero responden así, a golpes.
Es inadmisible que en un estado de Derecho se llegue a estos extremos violentos. No se puede avalar, de ninguna manera, que ante falta de acuerdos se responda con actos de protesta que en realidad son actos de vandalismo. Seguramente a muchos mexicanos les gustaría arrojar un tomatazo a la sede de algún partido, o de todos. Los partidos se lo han ganado al traicionar sistemáticamente al pueblo. Pero de ese tomatazo a un incendio hay mucha distancia.
Debemos aceptar que hay tensión en la ciudadanía. Una tensión causada por los mismos representantes ciudadanos que dejan de serlo en cuanto asumen el poder. Pero la molestia popular es legítima, y hasta la fecha el ciudadano sigue apostando a cambiar las cosas por la vía del voto, de la exigencia abierta, de la resistencia pacífica, e incluso de abucheos. Y tendría muchas razones para ser más extremista, puesto que el poder que ostentan los políticos emana precisamente del pueblo, ni siquiera de su padrón militante.
En el caso de los maestros guerrerenses, se trata principalmente de un asunto laboral, de rebote apenas toca la calidad educativa. Todos estamos de acuerdo en que los derechos laborales deben ser respetados. El problema es que en México, muchos gremios adquirieron derechos excepcionales, por encima de todos los demás trabajadores mexicanos. Los gremios organizados en centrales obreras, han buscado privilegios por encima de otros. Muchas prestaciones sindicales son incluso ofensivas para el resto de los mexicanos. Sin ir muy lejos, está el caso de los trabajadores del IMSS que se retiran ganando más que cuando trabajaban; o los de la CFE que no pagan un centavo por su consumo eléctrico… Y así, por el estilo, hay muchos.
Retomando el caso de los maestros guerrerenses, hasta ahora lo único claro a nivel nacional ha sido su actitud beligerante. Poco o nada sabemos de la naturaleza de sus demandas y del impacto real de estas en caso de ser aceptadas. La Reforma Educativa, por supuesto, no es la panacea para nuestro problema educativo. Pero sin duda es un avance muy importante en el tema. El ajuste estatal de esta reforma tendrá siempre un imperativo supremo: la educación. Y para que ese imperativo se concrete, es necesario que se tenga una planta magisterial de primera. Nuestros hijos no deben tener como maestros a incendiarios ni a golpeadores.
ENFOQUE MONTERREY en Radio Beat, 90.1 FM
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