En un mundo donde la diversidad de creencias religiosas es una realidad innegable, la convocatoria a una «guerra religiosa» o «guerra santa» es más que un simple desacuerdo ideológico; es una amenaza directa a la paz y estabilidad de toda la humanidad, pues en realidad son guerras de odio.
Aquellos grupos que incitan a tales acciones no solo insultan los principios fundamentales de la convivencia pacífica, sino que también ponen en peligro la seguridad y el bienestar de millones de personas. La incitación a la violencia en nombre de la religión es una manifestación extrema del odio y la intolerancia.
Cuando un individuo utiliza la fe como justificación para sembrar discordia y promover la violencia, está pisoteando los valores más básicos de la sociedad humana, la compasión y el respeto por la vida. Como ejemplos de esos grupos de odio tenemos a distintas agrupaciones jihadistas islamistas, grupos conservadores de extrema derecha, neo-nazis, y los auto-denominados neo-“cristeros” y neo-“templarios”, por poner unos ejemplos.
Es importante comprender que el odio no surge de la nada, es alimentado por la ignorancia, la retórica inflamatoria y las ideas extremistas que se propagan en ciertos grupos de odio político-religiosos. Cuando se permite que esas ideas se arraiguen y se difundan, el resultado inevitable es el conflicto y la destrucción.
Aquellos que convocan o apoyan una «guerra religiosa», literalmente están jugando con fuego, pues su retórica incendiaria tiene consecuencias devastadoras. No solo están poniendo en peligro la vida y la seguridad de quienes se ven atrapados en el conflicto, sino que también están socavando los cimientos mismos de la civilización.
La incitación al odio no solo es moralmente reprensible, sino que también es legalmente punible en muchos países. Los individuos que promueven la violencia en nombre de la religión deben ser responsabilizados por sus acciones y enfrentar las consecuencias legales con todo rigor.
En una sociedad democrática y pluralista, la protección de los derechos humanos y la promoción de la tolerancia son imperativos fundamentales. Cuando permitimos que la intolerancia y el odio se propaguen sin control, estamos poniendo en peligro el tejido mismo de nuestra sociedad.
Es por eso que aquellos que incitan al odio y promueven la violencia en nombre de “su dios” deben ser tratados como criminales, con la seriedad que se merecen. Ya sea a través de la aplicación estricta de la ley o mediante intervenciones psiquiátricas en casos de trastornos mentales subyacentes, es crucial abordar este problema de manera decisiva y efectiva.
La paz y la convivencia pacífica deben de ser nuestras prioridades más importantes. Ninguna ideología, por más ferviente que sea, puede justificar la violencia y el odio hacia los demás. Las personas valen más que cualquier creencia o ideología, y es nuestra responsabilidad proteger su seguridad y bienestar.
La incitación a una «guerra santa» merece ser tratada como un tema de alto riesgo. Y reiteramos, todos aquellos que siembran el odio en la sociedad deben enfrentar las consecuencias de sus acciones, ya sea a través de la aplicación de la ley, o mediante atención psiquiátricas urgente. Solo así podemos construir un mundo donde la paz y la tolerancia sean los pilares fundamentales de nuestra convivencia.
Que todos tengan una muy bella y desmitificante noche.