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Crónicas del Chapeados: “Julio el broncudo”

“Ese es el problema con la bebida, pensé, mientras me servía un trago.
Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo;
si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo;
y si no pasa nada, bebes para que pase algo”
Charles Bukowski

Creo que la diferencia entre un bar y una piquera, más que el ornamento o el servicio, estriba en la calidad de las personas que ahí acuden; igual conozco cantinitas pobres de barriada a las que acuden hombres cultos y sabios, que grandes antros de postín, llenos de palurdos ignorantes, con ropa de marca y perfumes finos, pero sin modales ni gracia.

En el Bar “Progreso”, mejor conocido como “El Chapeados”, nunca me ha tocado ver un pleito entre parroquianos. Tal vez alguna discusión por cualquier tema, pero invariablemente se impone la cordura y en pocos minutos vuelva a reinar la paz y camaradería que siempre han distinguido al lugar.

El vino es canijo y transforma a las personas. A algunos les hace cantantes, románticos, nostálgicos, poetas, llorones y también pleitistas; en “El Chapeados” recuerdo a tres de estos últimos con los que había que andarse con tiento si no querías pasar un mal rato, que nunca pasaba de eso, una simple molestia.

Julio Barrera, Pancho “X” y Roberto “X”, eran estos tres personajes que ya entrados en copas les daba por ser pugilistas y todo lo querían resolver o arreglar a puñetazos, aunque su condición de beodos apenas les permitiese mantenerse en pie.

De ellos Julio era el más simpático. Enfermo por el alcoholismo aparecía en la cantina, ya borracho, a cualquier hora del día o la noche y luego de saludar a todos por nombre o apodo con prodigiosa memoria, empezaba a pedir que le pagaras una cerveza; había quienes con tal de no tener problemas lo hacían, pero luego era peor porque quería más y más. Y cuando te negabas venía lo bueno: Julio te encaraba diciendo: “A ver chamaquito, ¿de qué lado quieres caer?” al tiempo que se llevaba los puños frente a su rostro.

Casi siempre los propios clientes del bar apaciguaban a Barrera, pero en más de una ocasión sucedió que el contendiente no andaba de humor y con un empujón o una cachetada mandaba a la lona al pobre Julio quien, después de contarle 10, 20 y hasta 30 segundos, se levantaba exigiendo la revancha, hasta que se cansaba y se iba a buscar otro bar y otros padrinos de su cerveza.

En el fondo era un buen hombre que no le hacía daño a nadie, salvo por sus ocasionales sueños de fallido boxeador. Nunca supe si de joven fue bueno tirando trompos, pero no lo creo, Barrera fue alcohólico desde siempre.

Hace años que murió y seguro donde está seguirá preguntando: “A ver chamaquito, ¿de qué lado quieres caer?”

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