5 Toda esa rebambaramba por la exclusión del rey de España de la toma de posesión de Claudia Sheinbaum me dio algo de risa y mucho de nostalgia. Recordé los cuentos de hadas en donde había una vez, y otra vez, y otra vez, un rey. Mi infancia estuvo sazonada con historias así, aunque tuve la fortuna de que mis abuelas me contaban un solo cuento, ajeno a “sirenitas” y “blancas nieves”, que era un refrito del legendarium del norte de España, forjado cada noche en el yunque de la imaginación: trasnos, bruxas, güercos, lavanderas, y malignas reinas moras. Felipe VI es un rey muy ñoño para caber en aquella historia reconstruida cada noche. Por eso este brete diplomático no me remite a Disney ni al hiperglucémico rey de Cri-cri, más bien al cuento de Chava Flores y el hada tragona. Mi memoria familiar reconoce el mestizaje de mi origen, de nuestro origen. Excepto porque, al menos en mi caso, no excluye a la grandeza del mexica, ni la sabiduría del maya, ni la rebeldía del tlaxcalteca. Incluso, el origen italiano de mi segundo apellido, no me hace pariente de los césares, pero sí me sirve para justificar mi gula atávica por las pastas y los embutidos italianos. No más. De plano, no hay retorno racial ni social. Podemos reconocer afinidades e identidades genéticas, pero no asumirlas como un modelo u objetivo para reconstruirnos como sociedad. En otras palabras: no hay mucho orgullo en reconocernos como descendientes de los conquistadores. En realidad, somos los descendientes de los genocidas, de aquellos europeos que asesinaron, explotaron, vejaron a los pueblos originarios. Por eso, en su momento, me pareció inapropiado solicitar al rey español una disculpa. Por lo menos en tanto nosotros mismos no asumamos nuestra histórica responsabilidad, y aún con novísimas leyes constitucionales, es obvio que no lo hemos hecho. ¿O no es cierto que seguimos usando la palabra “indio” como insulto?
4 “A lo hecho, pecho”. Don Andrés se amachó y le mandó una discreta misiva al rey Felipe. Le daba un montón de argumentos solicitando una disculpa conjunta y filial. Don Felipe pudo haber respondido aceptando la solicitud, o dando sus propios argumentos para negarse. Pero no. El monarca español no sólo no respondió la carta, también es evidente que la facilitó a los medios para que la destrozaran a gusto. Por supuesto fue utilizada convenientemente para una de tantas campañas contra el gobierno de don Andrés y contra el movimiento social que llamamos 4T. Este rey, como en su momento su padre, ya ha tenido desplantes muy monárquicos ante naciones americanas. El caso de su irreverencia ante la espada de Bolívar es ilustrativo. De haberse levantado ante ese símbolo sudamericano, pudo tomarse como una simple cortesía diplomáticamente correcta. En cambio, su actitud no sólo ofendió al país que lo recibía, además negaba el reconocimiento a siglos de historia americana y, en el fondo, desconocía la independencia de los países hispanoamericanos (algo que la propia constitución española sugiere veladamente al definir el papel del monarca en su reino). Respecto a México, Felipe podría muy bien ser testigo y festejar el Grito con nosotros. Después de todo el movimiento de independencia, la 1T, inició para reponer a Fernando VII “El Felón”, otro Borbón, en el trono español. Un movimiento ideado por criollos y ejecutado por mestizos e indígenas. Si bien sigo pensando en que la carta de don Andrés era más precipitada que inapropiada, el desplante absolutista de don Felipe es inadmisible. Así que México puede reconocer al gobierno español como interlocutor, pero no tiene por qué tolerar los desplantes de un tío que ostenta un título anacrónico y que no representa al pueblo español sino a la continuidad del testamento de un dictador. En pocas palabras, Claudia Sheinbaum y Felipe VI no son homólogos. A Claudia la eligieron 36 millones de mexicanos; a Felipe ¿quiénes, cuántos, cuándo?
3 Acostumbrado a comulgar con ruedas de molinos, no me asombra la reacción de la vapuleada oposición mexicana ante el veto contra Felipe VI. Oposición que incluye medios, opinadores e intelectuales orgánicos, en ambos lados del charco. Me decepciona que en general lo hagan en el mismo sentido y casi con los mismos términos. La coincidencia deja de serlo. Tampoco me asombra ni escandaliza que tipejos grotescos como Carlos Alazraky casi se arrodillen ante la monarquía española para lamer el charol de tan regias botas. ¿Qué lustre puede darles las babas de un cómico mediocre? El pueblo español puede estar tranquilo, con o sin disculpas de Alazraky y de otros monárquicos mal embozados como él, no hay ruptura alguna entre las dos naciones. La incompatibilidad, que sí la hay, es ante una monarquía que es, por definición, antidemocrática, y que ha procurado demostrarlo sistemáticamente. Frente a eso, como país, México tiene la absoluta libertad de guardar las formas de la diplomacia convencional, o imponer las de la dignidad. Como Alazraky, hay quienes calibrarán la toma de posesión de Claudia Sheinbaum en proporción a la cantidad de mandatarios y dignatarios que asistan. No sé cuántos asistieron a las anteriores, pero ni la cantidad ni la calidad de los invitados dan legitimidad a una toma de posesión. La única legitimidad posible la dieron los electores, casi 36 millones. Eso es lo que destaca frente a las anteriores ceremonias. Lo demás es sólo escenografía donde cada invitado trae su discurso y sus intenciones. Consideremos que la ceremonia es una formalidad. El sexenio comienza a las cero horas del 1 de octubre.
2 Es claro que entraremos en tiempos difíciles. La oposición nacional, no sólo la política, azuzada por una derecha internacional que, casualmente, es más evidente y beligerante desde España, intentará meter en un brete al gobierno de Claudia Sheinbaum. Son muy malos profetas, o ya tendrían una estrategia mejor que la que aplican y han aplicado contra la 4T. Han gastado más tiempo y recursos en descalificar a doña Claudia que en analizarla. La realidad los contradice a cada rato. Por ejemplo, la exacerbación real de la violencia del narcotráfico, pero magnificada por los medios, contradice la tesis de que el crimen organizado está detrás del régimen y que infiltrará al Poder Judicial con la nueva reforma. Si eso fuera cierto, los criminales no estarían alborotando el gallinero; por el contrario, estarían celebrando, discretamente, eso sí. El desastre económico, profetizado con trompetas apocalípticas, es desmentido por las cifras, y no las proporcionadas por el gobierno federal sino por empresarios y banqueros incluso a nivel internacional. La oposición, desmantelada pero precariamente andante, da palos de ciego donde, lo más notorio, son los dislates ridículos de la senadora Téllez: el debate legislativo rebajado al nivel de una ordalía de gritones y gritonas. Doña Claudia es un enigma para sus opositores. Saben cómo golpearla, pero no saben ni su resistencia al golpe, ni la fuerza ni la dimensión de su respuesta. Están acostumbrados a la socarrona pero efectiva reacción de don Andrés: dejar hacer, dejar pasar. “El ‘fresa’ soy yo” parece una broma, pero es más bien una advertencia. Tal vez ha llegado el momento de aplicar la ley sin miedo a “herir” susceptibilidades. Tal vez ya es hora de no ser tan “políticamente correctos” con las infamias, infundios y agresiones. Porque eso también es impunidad.
1 Nunca aprendí a bailar. Hasta ahora caigo en la cuenta del por qué. Con la nostalgia monárquica ibérica me viene a la memoria el cuento de aquel caminante que, al anochecer, encontró a una bella mujer lavando ropa a la orilla de un río. El hombre intentó seducirla, y la lavandera aceptó sólo bailar con él. Y así bailaron toda la noche entre zarzas, piedras, matorrales… A la mañana siguiente encontraron al caminante junto al río y seriamente herido. Tenía su ropa y piel desgarradas, y con el cuerpo asaetado por espinas y abrojos. Así interpretaba mi bisabuela Juana Guzmán a las fatales “lavanderas” asturianas. Con este antecedente, ¡ni a clases de bailoterapia!
0 El baile del cambio de poder en México no será tan dramático. La toma de posesión de Claudia Sheinbaum será como un cuento de hadas para 36 millones de mexicanos, pero sin reyes. ¡Uy! ¡Qué pena tan democrática!