Dramáticas declaraciones del candidato presidencial a la presidencia de la República, Francisco Labastida Ochoa. Desnuda el pútrido sistema político que lo impulsó y la traicionó. Le pone nombre y apellido a quien lo vendió para dar un torcido ejemplo de alternancia al mundo: Ernesto Zedillo.
Declaró cómo los gobernadores traicionaron al PRI y cómo lo llevaron al fracaso.
Narró cómo el viejo sistema lo llevó inexorablemente a la derrota permitiendo que el PAN se convirtiera en la nueva fuerza hegemónica. Al mismo tiempo abrió la puerta para que el neolibelarismo en su más perversa forma se entronizara en el país sabedor que este partido sí realizaría las profundas reformas estructurales que los grandes empresarios del país y las más grandes inversionistas extranjeros necesitaban.
Labastida Ochoa, fue una víctima más, de las fuerzas nacionales y extranjeras que delinearon para México los cambios regresivos.
El PRI se vio indefenso para frenar los intentos del presidente. No pudo detener ni un poco los extremistas cambios revestidos de bisutería progresista.
Nadie en el partido pudo crear una alternativa semejante a la tercera vía.
El vuelco se vino con tal fuerza y fiereza que las corrientes progresistas, aún pequeñas, no pudieron sobrevivir. Toda manifestación contraria a lo que proponía el presidente Zedillo fue de tan baja envergadura, que pasó desapercibida.
En Tamaulipas, se vieron en la víspera esos indicios.
«Váyase candidato, ya no haga campaña. Aquí ya está ganado», le dijo convincentemente el gobernador del estado Tomás Yarrington.
El mensaje estaba claro.
No tenía caso hacer campaña; era un secreto a voces que el PRI había negociado el descalabro.
La mayoría había sido engañada.
La alternancia disfrazada con Vicente Fox, estaba por ser sacada del sombrero y crear más daños que beneficios para la ciudadanía.
Ojalá a los mexicanos no se nos vuelvan a vender proyectos fallidos.
Esperemos nunca, tengamos que vivir esas penosas regresiones.