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Lo mero, mero, principal

“No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”
Cicerón

La modernidad nos ha inundado de sofisticación y de una “especialización” en las cosas que muchas veces nos ha ayudado, pero también muchas, las más, ha provocado que se pierda la esencia y el sentido.

Cosas simples de la vida cotidiana. Hasta hace no muchos años llegabas a la carnicería y pedías sólo “carne para asar”, como lo hacían nuestros padres y como aprendimos; llegaron el sobrino de Sergio Elías y otros tantos con él y ahora escoger un corte y asarlo es todo un ritual para el que existe método, herramientas, accesorios, manuales, cursos, talleres.

Y pensar que éramos tan felices cuando simplemente aventabas el trozo de carne con hueso a la parrilla y le dabas mil vueltas para luego sacarlo y taquearlo con una salsa simple de chile, tomate y cebolla, hecha en un plato y aplastado todo con una botella de refresco.

Las nuevas generaciones podrán ir a un exclusivo local o pedirlas por Amazon, pero jamás podrán igualar el sabor de aquellas nueces garampiñadas que vendía un viejito afuera de la Revistería Monterrey, en Zaragoza pasando Morelos, todas las tardes y que te entregaba en una bolsita de papel celofán. ¡Eran una delicia!

Nadie podrá darle ese sabor especial a las tortas de pierna que hasta antes de la pandemia vendía don Daniel frente a la Plaza Santa Isabel en un carretón todo amolado, sucio, pero que cargaba más de 50 años de historia, cuando él empezó como ayudante y a la muerte del propietario la viuda le heredó junto con la receta y el negocio. De pronto el hombre desapareció y con él su historia.

Imitadas, las “Tortas Sixto” evolucionaron en las que desde hace años se venden en La Purísima, pero no tienen el mismo sazón y vaya usted a saber por qué.

Cosas tan sencillas como unos tacos de bisteck que antes probabas en cualquier esquina y de los que hubo grandes exponentes como aquellos de Zaragoza y Matamoros o los del “Callejón del Taco” en el Tec. Hoy todos saben a plástico a pesar de que supuestamente les preparan con mejores ingredientes.

Hoy tenemos una variada oferta de nieves, pero ninguna iguala el sabor de aquella de pistache que preparaban con amor don Lino Landeros y doña Esther Santos en la esquina de Rayón y Arteaga.

La familia Morales ha continuado con la tradición de “Milo” y sus tacos de barbacoa, muy limpia, muy sabrosa, pero sin ese sabor que tenía aquel puesto enclavado de Ruiz Cortines y Edison.

Igual pasa con el “Menudo don Luis”. Siguen adelante, pero no se asemeja, ni por asomo, a aquel que podías disfrutar en la madrugada en el Mercado del Norte.

Son tantas las cosas que han cambiado con el tiempo y cuando uno pensaría que sus modificaciones serían para bien, terminas por aceptar que tanta especialización les ha dado al traste, porque han perdido, como decía el corrido “lo mero, mero, principal”.

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