“La única manera de conservar la salud es comer lo que no quieres,
beber lo que no te gusta, y hacer lo que preferirías no hacer”
Mark Twain
Comentaba con un grupo de compañeros que hace 50 años estudiamos juntos la secundaria, la fortaleza de estómago que teníamos las anteriores generaciones que crecimos invocando y provocando a las enfermedades y nada no ocurría.
Así, comíamos elotes cocidos en una tina que contenía agua de dudosa procedencia y nos deleitábamos con los yukis preparados con hielo de barra que tapaban con un costal de yute muy sucio; aquellos raspados con forma de pirulí se sostenían con un palito de madera sucia que era cortado con un machete oxidado, mismo que servía para trozar limones, jícamas, cocos y quiote.
Eran deliciosas las tostadas preparadas con salsas riquísimas que no sabemos si al momento de su elaboración se respetaban normas de higiene, pero igual las comíamos.
Consumíamos tacos “de bisteck” (así los anunciaban) en cualquier puesto, en Juárez, Reforma, Calzada Madero o el Tec, con carne de no sabes qué, pero que eran riquísimos y que aderezabas con cebolla, cilantro y salsa. Tomábamos agua de frutas de “La Michoacana” que se enfriaba con hielo de barra y en cada vaso incluían un trozo de aquel enfriador.
¡Éramos felices!
Hoy, los chamaquitos tienen que pedir sus alimentos preparados con leche deslactosada y el pan libre de gluten, deben revisar las etiquetas de las calorías y saber si no contienen transgénicos, el café debe ser descafeinado y la azúcar tienen que cambiarla por edulcorante.
Serán más preparados y más sanos, pero no cambio por nada la época que me tocó vivir, temeraria, sí, pero deliciosa.