La democracia en el mundo está en crisis, su aplicación como sistema de gobierno no convence a los ciudadanos, la democracia agoniza y es a causa de los mismos quienes abusaron de ella.
El título de esta columna El ocaso de la democracia surge desde el título del libro escrito por Anne Applebaum en donde describe la transición de algunas democracias a regímenes autoritarios.
Cumplen el ciclo propuesto por Polibio allá por el año 100 a. C., en donde señalaba que una mala democracia conducía a la oclocracia, a los gobiernos de la masa y no del pueblo, esa masa manipulable y manipulada, embelesada por el populista y cansada de ser quien siempre pague los platos rotos de la sociedad.
Polibio estableció cómo, en el ciclo de las formas de gobierno, una mala democracia conduce a la oclocracia y de ésta se retorna al inicio del ciclo con un tirano.
En América del Norte, Centro y Sur la gente está pidiendo tiranos en el poder; lo mismo sucede en países de Europa, incluyendo las jóvenes democracias de Europa Oriental.
Applebaum escribe en su obra citada que el ocaso llega porque las sociedades tienen un malestar real y generalizado con la democracia, porque lejos de ser un sistema de apertura para «el pueblo», entendido al pueblo como el hijo de vecino con aspiraciones; la democracia de los recientes trescientos años ha funcionado más como una aristocracia o incluso como una plutocracia en donde las cúpulas del poder definen a los gobernantes y con ello, se reparten los espacios entre familias, camarillas y grupos, excluyendo del poder al pueblo.
Para la autora de El ocaso de la democracia, la caída del sistema inicia con la inconformidad generalizada, incitada por algún populista resentido con el sistema porque fue excluido y éste lanza discursos con mensajes que exaltan, irritan o entristecen a la masa.
Explica que la democracia basada en la meritocracia al ser excluyente margina a los marginados y excluidos de origen pues sólo un grupo selecto alcanza la posibilidad de hacer méritos y tener conocimientos. Es cierto, por ello, los tiranos populistas ponderan la fidelidad al grupo y al líder por sobre cualidades como la capacidad y la honorabilidad con lo cual adquieren muchos adeptos.
Los populistas habiendo accedido al poder desde un modelo democrático, en su interior guardan el resentimiento, enojo y desprecio por aquellos quienes les vieron incapaces de gobernar; por tanto, su interés no es contar con los mejores perfiles pues estos le recuerdan sus incompetencias, a éstos los sustituye por los leales e incondicionales, aquellos capaces de repetir el discurso oficialista sin siquiera comprenderlo.
Los populistas rápidamente se vuelven tiranos, así desprecian la democracia y sus valores como la libertad, igualdad y justicia. Por ello, es fácil descubrir cómo lo primero que atacan son las libertades de pensamiento y expresión, a la vez que destruyen las instituciones que dan equilibrio a los poderes, sea que las coopten o las desaparezcan.
Para los autoritarios populistas la prensa libre es un estorbo «al sistema democrático», tanto como lo es la competencia electoral, por ello trabajan en acallarla o seducirla y aniquilar a la oposición electoral.
Para Applebaum los autoritarios no son ideólogos, ni auténticos creyentes de alguna ideología, son individuos que sólo quiere el poder y la fama porque creen se les ha negado en forma injusta.
Afortunadamente lo descrito por Applebaum como características del ocaso para la democracia no se vive en México.
¡Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia!