A la mayoría de los analistas nacionales les pareció adecuada la nueva reforma fiscal: se recortan privilegios, se elimina el IETU y el IDE, se gravan las ganancias de capital en Bolsa, se mantiene como está el IVA (aunque homologándolo en todo el país).
Pero en términos generales – y esto se difunde menos – se castiga a los dueños de medianas empresas que ganen más de 500 mil pesos anuales. Además del riesgo que asumieron estos ilusos o audaces de invertir en tiempos de recesión económica, ahora tendrán que tributar forzosamente a Hacienda 32 por ciento de sus ingresos brutos (ISR). Si la idea del gobierno federal era incentivar la inversión privada y alentar las PYMES, esto es un contrasentido.
A nadie le gusta pagar impuestos pero casi todos lo entendemos como un mal necesario. Grave error: cuando los impuestos no se justifican son sólo un mal a secas. Y como todo mal son innecesarios. Más cuando la burocracia crece año tras año y el gasto público se dispara en favor de políticas clientelares y en beneficio de líderes corruptos como el petrolero Romero Deschamps.
Un economista tan demonizado como Murray N. Rothbard (apuesto al lector que no hallará ningún libro suyo en las librerías o bibliotecas de México) lo explica más claro que el agua. Si pensamos que la mayoría de las personas físicas o morales vivimos de lo que ganamos (vendiendo bienes y servicios) y el gobierno se mantiene sólo de lo que nos quita coercitivamente a los contribuyentes, entonces se entiende que los impuestos son un botín, una estafa o una vil “extorsión draconiana”.
Como haría cualquier forajido del Viejo Oeste que dispara a todo lo que se mueve, el gobierno pretende “gravar todo lo que se mueve”. Si no comete este exceso a cada rato es porque los contribuyentes ofendidos suelen convertirse en votantes ofendidos. ¿Y quién quiere despertar al México bronco?
Yo no iría tan lejos como Rothbard en la condena a los impuestos, pero algo de razón tienen sus argumentos radicales. Sobre todo en México: si el gobierno “castiga” a los emprendedores quitándoles el 32 por ciento de sus ganancias, el impuesto es una extorsión draconiana.
Si el gobierno me promete seguridad pública a cambio de pagarle un tributo pero cada mes el narco en complicidad con la policía me pide cuota por “derecho de piso” en mi negocio familiar so pena de secuestrarme o matarme, el impuesto gubernamental es una extorsión draconiana.
Si el gobierno me cobra por vivir en mi propia casa, pero usa ese dinero para comprar votos a fin de quedarse en el poder, el impuesto es una extorsión draconiana. Peor si cobra ciertos impuesto discretos cuando la víctima está descuidada (IVA). En todos estos ejemplos – puedo dar muchos más– el contribuyente sufre una presión fiscal sin compensaciones.
Lo más lamentable es que se condena a justos por pecadores. No todos los emprendedores ni los inversionistas son culpables de la inflación. Pero el gobierno sí es responsable de provocar precios más elevados, reducir la producción e ingresos por su voraz afán recaudatorio y porque tiene el mal congénito de elevar sus gastos al mismo nivel de sus ingresos.
Es como ver la paja en el ojo ajeno. ¿No es verdad?