Todo indicaba que aquella mañana del martes 11 de septiembre del 2001 sería como cualquier día en la vida de las miles de “familias militares” en los Estados Unidos y que vivimos en alguna base castrense. Sin embargo, nadie imaginaba que en las próximas horas seríamos protagonistas de un suceso que sacudiría al mundo entero y que nos iba a cambiar la vida a los norteamericanos para siempre.
A las 5:30 AM como de costumbre mi marido se despertó para ir a su entrenamiento físico mientras que yo preparaba el desayuno y mis hijos se arreglaban para asistir a su escuela y así, con un Dios te bendiga, nos vemos luego, nos despedimos y cada quien se fue a hacer lo suyo.
Después de dejar a los niños en la escuela regresé a casa y encendí la televisión. De pronto, la programación se interrumpió para informar que a las 8:45 de la mañana un avión se estrelló en la Torre Norte en New York por lo que me quedé sentada viendo como el World Trade Center ardía en llamas. Después se supo que el vuelo 11, un Boeing 767 de American Airlines impacto el piso 80.
Todos los canales televisivos daban la noticia señalando que se trataba de un terrible accidente, durante la transmisión alguien comentó que había personas saltando al precipicio tratando de escapar de las llamas, me acerqué al televisor y en efecto vi como la gente se lanzaba desde las ventanas. Esas imágenes hicieron que se me helara la sangre y siguen grabadas en mi mente como si fuera ayer mismo.
Impactada, aturdida y confundida, llamé a mi esposo para comentarle el hecho y en el momento que hablábamos el segundo avión, esta vez el vuelo 175 de la línea United Airlines, se estrelló contra la Torre Sur, 18 minutos después del primero.
“¡Oh Dios, se acaba de estrellar otro avión!”, me escuché a mi misma en un grito que no pude sofocar. Mi esposo añadió por la línea: “Esto no es un accidente, tiene que ser algo más” al tiempo que también los noticieros comenzaron a especular de un atentado terrorista, lo que nos dejó atónitos y de cierta forma paralizados al instante.
Sin embargo, cuando pensamos que ya lo habíamos visto todo, lo peor estaba por venir, en las dos horas siguientes el Centro de Comercio Mundial, se desplomaba ante la mirada pasmada, boquiabierta y estupefacta de los miles de millones de televidentes que mirábamos, en Estados Unidos y en el mundo entero, por televisión en vivo y en directo.
Las emblemáticas “Torres Gemelas” de 110 pisos cada una, fueron en un tiempo las más altas a nivel mundial y catalogadas como símbolo del mundo financiero de los Estados Unidos representando el poder de esta nación y de Occidente y terminaron hechas ruinas.
Las imágenes desgarradoras de la gente cubierta de polvo, corriendo desorientada tratando de escapar de la escena paralizaron al país pues nadie creía que algo así podría pasar y mucho menos aquí.
En menos de dos horas y en un ataque en cadena la organización terrorista Al-Qaeda dirigida por Osama Bin Laden, secuestró 4 aviones, los dos primeros impactando las Torres Gemelas, el tercero en El Pentágono, la sede del Departamento de Defensa Nacional y el cuarto, el vuelo 93 de la línea United Airlines cayó a tierra en Pennsylvania.
Aunque las causas del porqué éste último se fue en picada nunca quedaron del todo claras y solo se tienen dos hipótesis. Una que los pasajeros se enfrentaron con los secuestradores y lo desviaron y la otra que miembros de la fuerza aérea estadounidenses lo derribaron.
Al Presidente en cargo George W. Bush la noticia lo sorprendió mientras le leía unos libros a unos niños en una escuela de la Florida. Habló con los medios de comunicación que lo acompañaban en la península donde se encontraba visitando a los pequeños estudiantes, y atribuyó la terrible tragedia a un ataque terrorista y ahí mismo aseguró que se perseguiría a los culpables.
Las autoridades decretaron alerta máxima en el país, cerrando todos los edificios federales, fronteras, bases militares, los vuelos en los aeropuertos de la nación fueron cancelados y hasta el Servicio Secreto temía por la vida del Presidente ante tales hechos moviéndolo, en el Air Force One, de una base militar a otra para su seguridad ante el temor de un nuevo ataque.
Luego del fatídico 9/11 el Presidente Bush dio orden al Ejército Nacional para encontrar a Osama Bin Laden y quienes estuvieran envueltos en tan atroz y cobarde agresión comenzando así una guerra sin cuartel contra la organización terrorista Al-Qaeda y sus aliados.
El impacto en el país fue inédito. Nunca en la historia se había logrado un ataque tan artero contra la nación norteamericana.
Ni siquiera el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 tuvo un efecto tan desastroso en lo militar, en lo material y en lo moral de la Unión Americana.
Así es que a partir de ese día, hay un antes y un después del acuñado y tristemente célebre 9/11.
Extremas medidas de seguridad fueron implementadas cambiando drásticamente el vivir diario de todos pues la inocencia de la nación fue ultrajada en un santiamén.
Las industrias, aeropuertos, eventos masivos de toda índole, puertos, fronteras, las instalaciones de Gobierno y todo lugar en donde hay aglomeraciones de personas son escrudiñadas desde ese entonces para salvaguardar la seguridad.
Las vidas de miles de personas y sus familias en un instante fueron afectadas de manera inimaginables, sin embargo para aquellos que de alguna u otra manera estamos relacionados con las fuerzas armadas estadounidenses el efecto “dominó” sigue vigente a través de los años debido a que después de los terribles ataques el ejercito militar invadió Afganistán con el fin de destruir Al-Qaeda y en el 2003 comenzó la Guerra en Irak.
Hoy por hoy los dolientes por los ataques del 9/11 sufren por sus pérdidas y los soldados sostienen estragos de una guerra contra el terrorismo comenzada por el odio de unos cuantos y a la que fueron enviados enfrentándose durante años a un enemigo cobarde e inidentificable que se esconden entre la población común, regresando a nuestro país con problemas físicos y problemas invisibles mentales como el PTSD (Trastorno de Estrés Postraumático) de los cuales poco se habla.
Sin embargo las cargas emocionales que todo esto conlleva ha destruido miles y miles de familias y nos mantiene en un hilo a un sinnúmero más.
Todo por un fanatismo sin límites que atentan contra la democracia mundial y no ha dejado nada mas que destrucción, separación, desgracia, daño, desastre, deterioro y calamidad indiscriminada.
*Periodista regiomontana radicada en la zona central de Texas.
