Cuando era pequeña, me costaba un poco disfrutar de algunos dibujos animados, como los de Carlitos y Snoopy, porque aunque se hablaba de ellos y con ellos, los adultos no estaban presentes en el universo que se me mostraba, o hablaban en un idioma ininteligible.
Me parecía una situación terrorífica, y esa incomodidad no ha desaparecido al encontrarme, a lo largo de mi vida, una y otra vez con este formato en la televisión: el dibujo animado presenta un mundo en el que los niños se mueven sin adultos a la vista, y al lidiar con un problema deben hacerlo ellos mismos. Ni siquiera se plantean que los mayores puedan darles la mano.
Ese pensamiento vuelve a mí cuando contemplo a nuestros hijos mientras hacen lo que pueden en este siglo XXI.
Los chicos transitan su día a día en un universo en miniatura donde sólo existe el hoy, donde la sociedad comienza y termina con sus compañeros, y donde los padres, maestros, directivos, familiares o miembros de la comunidad hacen poco más que pasarlos de largo.
Por supuesto, todos nos preocupamos: ahí está la capa de Bendita Indignación con la que nos invistieron las redes sociales y damos cada día nuestra cuota de reacciones para lidiar con los problemas que ocurren no sólo localmente, sino por todo el mundo.
Pero hasta ahí llegamos, y nuestros niños tienen problemas reales, urgentes, impostergables. Problemas que no se resuelven con un pulgar arriba.
Cuando en las escuelas los programas de estudio son cada vez más deficientes, cuando las nuevas modalidades de horario han creado una ociosidad institucional, cuando los padres se presentan en dirección si el hijo es víctima, pero no si es el victimario, cuando al llegar a casa los chicos llenan las horas frente a una pantalla hasta que sus adultos se acuerdan de ellos, hay, definitivamente, un gran problema.
Los chicos comprenden pronto que ningún adulto va a detenerse mucho tiempo en su vida para escucharle y guiarle; saben que, si quieren un mundo al cual pertenecer, lo deben hacer con sus pares y con la guía del Internet. Las nuevas autoridades se encuentran en YouTube, o los reclutan para cumplir retos insensatos.
Mis preguntas al respecto, que espero sean las tuyas, lector, son las siguientes: ¿puedo romper esta brecha?, ¿puedo detenerme lo suficiente para entender cómo pasaron genuinamente el día mis hijos?, ¿qué acciones concretas puedo hacer para no ser parte del telón de fondo en ese mundo en el que hasta ahora han estado solos?, ¿cómo puedo dejar de ser bruma y estática, para ser un rostro, una voz, una mano que se extiende para ayudar?