La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza.
–Proverbio hindú
Hace unos pocos meses leí un artículo sobre series de Netflix que merecían un poco más de audiencia. De entre las sugerencias, mi esposo y yo elegimos una de corte criminal-western llamada Longmire, que ya había sufrido una cancelación en su cadena original, A&E, y había sido resucitada por Netflix después de una enorme campaña a su favor.
La serie era la más exitosa de la cadena A&E durante toda su historia en el género de drama, pero a pesar de sus buenos números, se la sacudieron de encima por una simple razón: la audiencia que sintonizaba la serie estaba conformada por mayores de cincuenta años.
Es decir, no importaba que el sheriff Longmire llegara a una jugosa cantidad de hogares, si eran hogares en los que vivían personas a quienes las grandes empresas consideraban no deseables.
Hace un tiempo, platicando con mi hija, le decía que, al nacer, pareciera que a todos se nos entregara una lista convencional de pendientes que teníamos que rellenar: desde aprender a caminar hasta casarte y tener hijos, hay una serie de tareas que se deben realizar, una detrás de otra.
Una vez que has cumplido con cada elemento de la lista, estás aprobado como ciudadano exitoso y puedes considerarte afortunado. Pero una vez que llegan los hijos, tu tarea pasa a un segundo plano: supervisar que los que llegan cumplan, a su vez, con la misma lista que tú recibiste al nacer.
Le decía que a muchas personas les llega el bajón cuando pasan de los cuarenta y se acercan a los cincuenta, porque ya no hay nuevas listas que tachar, nada nuevo que se espere de ellos: sólo queda ver por su familia mientras los hijos se hacen adultos, y cuando estos se hayan ido, que den las menores molestias posibles.
En una sociedad que quiere calificarse de inclusiva, los viejos están excluidos.
No obstante, también le comentaba que la hoja en blanco en que se convierte el resto de nuestras vidas, en vez de intimidarnos, puede convertirse en una constante promesa.
Pareciera que en un día no pasa nada; sin embargo, nuestra historia no está hecha con otro material. A veces toda una vida se decide en una fracción de segundo.
La única forma de vivir es mirando hacia el frente. De poco sirve repasar el álbum de recuerdos.
La clave es tener uno o más proyectos en mente que pongan en movimiento esas partes de la vida que van perdiendo su lustre, ¿no crees?
Vale la pena meditarlo frente a una taza de café, ésa que los tipos de la tele ya no nos quieren vender…