Para educar a un niño hace falta la tribu entera.
–Proverbio africano
Las escuelas que observan el calendario escolar –ése que ni la SEP ha sabido respetar este año– están entrando a la recta final de este periodo lectivo. Los alumnos comienzan a impacientarse, y los maestros trabajan en planes que mantengan a los chicos ocupados e interesados en las aulas, en ese largo etcétera que son las semanas posteriores al último examen.
Una buena parte de los estudiantes termina un nivel de estudios, y estamos en puertas de la temporada de graduaciones: una celebración que comienza con la ceremonia cívica y que no acaba hasta que se apaga el carbón en casa, y se echa a la basura el último arreglo de globos y flores.
Pero, ¿qué sucede después?
¿Cuántos de estos chicos pueden aspirar a continuar sus estudios? ¿Y por qué razones? Uno puede pensar de inmediato en lo económico: que no hay medios en casa para que el hijo estudie, o que se requiere de él que comience a aportar para el sostenimiento de la familia.
Algunos se ocupan durante el verano y se dejan vencer por el brillo de las pocas monedas que ganan, y abandonan los estudios para dedicarse a chambitas de medio pelo de por vida que los convierte en un eslabón más de una larga cadena de miseria.
Otros, simplemente, detestan la escuela y no pueden esperar a cumplir con lo estrictamente indispensable para ocuparse de otra forma. O no ocuparse nunca.
Una escalofriante cantidad de alumnos desea continuar, pero o no logran aprobar un examen de ingreso, o abandonan al poco tiempo los estudios, porque se encuentran con que no tienen el mínimo de conocimientos necesarios para mantenerse a flote.
Los chicos, desde edades muy tempranas, aprenden a evitar incluso la forma más sencilla de estudio, que es la memorización. Si quieres repasar con tu hijo para un examen y le haces una pregunta, lo más seguro es que, en lugar de que te dé una respuesta, te diga: no, no es así: dame cuatro respuestas, y que una de ellas sea la correcta. Así si te puedo decir qué es.
Se entregan listas de vocabulario sin reglas ortográficas que las respalden. O se pide que los chicos redacten informes científicos, o que escriban un poema, cuando no son capaces de distinguir un sustantivo de un verbo.
El maestro de Matemáticas de mi hija les pone a los chicos de secundaria constantemente exámenes breves de operaciones básicas, y todavía hay muchachos que fallan, ¡en las sumas!
Y no me hagan comenzar con la lectura, porque desde que se acabó el PNL, para mí toda puerta de entrada a una escuela tiene colgado el letrero: Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.
Hay padres que no pueden ayudar a sus hijos porque no recuerdan lo que aprendieron en sus años mozos; otros no tienen tiempo, y otros, simplemente, no quieren: por lo general son estos últimos los que dejan toda la responsabilidad a la escuela.
Y en la escuela, en donde se exige que se cumpla con un ridículo programa de estudios con base en libros de texto ininteligibles, en donde el maestro vive con trabajo de más con tanta carga burocrática que acompaña a sus clases, con poca capacitación y generaciones cada vez menos receptivas, se trata de rescatar lo que se puede, pero también se pide que los padres hagan su parte, aunque sea enseñando a los alumnos un mínimo de respeto, disciplina y urbanidad.
A río revuelto, ganancia de pescadores, y en medio de tanta responsabilidad a medias los niños y jóvenes navegan a gusto de un ciclo escolar a otro, en un mundo irreal en donde es imposible que se les repruebe o se les expulse, sin saber que todos aquí han perdido la brújula, y trazan al día un camino sin rumbo que los conducirá a su propia destrucción.
Pero mientras tengamos Tigres y Rayados, candidatos al Premio de la Academia y la próxima tendencia en redes sociales, me imagino que no hay nada de qué preocuparse, ¿no?
