Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir.
–Robert Louis Stevenson
Este fin de semana vi la película Monster-In-Law con mi marido y de ella saqué, además de un par de risas, una frase que, aunque rayando en el lugar común, me gustó mucho: La vida es muy corta para vivir el mismo día dos veces.
La cita se quedó conmigo porque, realmente, hay dos tipos de personas en este mundo: las que se sienten confortables con la rutina, y los que huyen de ella como de la peste.
Yo pertenezco definitivamente al primer tipo de persona, aunque al encontrarme viviendo con un esposo y una hija que pertenecen al segundo, he tenido que aprender a llevar mis días poniéndole a mi mundo gradaciones de rituales y orden. Y ellos han tenido que colocar las tiendas de sus vidas bohemias al borde de mis límites infranqueables.
Como toda familia, me imagino.
Ya sea llenándolas de aventura o de costumbres, a todo el mundo le gusta que sus horas se sientan trascendentes y valiosas. Y hoy, como nunca, existen herramientas que nos ofrecen una buena medida de éxito en lo que queramos emprender, ya sea asentar definitivamente el plan de acción del día, o documentar cada momento lleno de inspiración, novedad y descubrimiento.
Nos vemos inundados de opciones que claman ser la solución última, o el método total para hacer de tu vida lo que desees: desde los siete hábitos para ser una persona altamente efectiva, la magia del método para ordenar el armario –¡y la vida!–, pasando por el bullet journaling, y el universo que conspira a tu favor cuando realmente quieres llevar algo extraordinario a tu existencia.
Y créeme: si existe el sistema, y hay una forma gratuita –o mínimo de bajo costo– de que me informe a profundidad sobre él, ya me he empapado de él y lo he probado, con distintos grados de éxito.
Pero he seguido el rastro del éxito que el universo me ha dictado, y he dado de lleno con la peor situación en que me he encontrado en la vida; intenté hacer un poco más que las modestas listas de Keep, y me he quedado con hermosas libretas con las hojas vacías; leí el sistema de Marie Kondo y, simplemente, ella me parece más un caso clínico que un oráculo del orden.
Como he afirmado ya en otros artículos, cada uno de nosotros es diferente, y estamos instalados en un mundo en el cual la rutina sin magia esclaviza, y la aventura sin un plan está destinada al fracaso.
Hemos de optar por un justo medio: ser ecléctico en las opciones que tenemos al alcance de la mano –porque tampoco me voy a instalar en el fracaso, deseando tener los medios para ese curso o esa terapia que no puedo costear, y que creo indispensable para mi vida–, elegir lo que podamos adaptar, darle la bienvenida a nuestro propio sistema, e intentar ser felices con ello.
Todo sirve, a decir verdad, pero sólo si nos permite mantener las cosas en perspectiva, sólo si son un medio y no un fin: es decir, que tenga mi libreta llena de hermosas listas, pero no que por escribirlas evite llenarlas de acciones; que pueda documentar a mi maravillosa familia o mi proyecto infalible en un vlog, pero no que por dedicarme a él abandone a mis seres queridos.
Los pies sobre la tierra, la cabeza en el cielo, las manos ocupadas, los ojos atentos y los artilugios que te lo permitan: no se puede pedir más.
