Lo de hoy no fue un triunfo, a menos que por ello se entienda estar peor de lo que estábamos antes de este lío: Trump, con una amenaza propia del Texas Hold ‘Em, hizo que México en unos días se convirtiera, de facto, en un muro, en una segunda migra.
Trump puso la carnada y mordimos el anzuelo ¿EEUU qué dio a cambio? Cacahuates, literal y metafóricamente, cacahuates.
Los aranceles hubieran sido dañinos, sin duda. Pero EEUU iba a perder primero: la presión iba a estar del lado de Trump, de los incontables intereses económicos que afectaría en su propio país, en precios al alza que primero afectarían al consumidor norteamericano. Había margen de maniobra.
Trump ganó en todo: en endurecer su política migratoria; en probar que puede poner patas arriba a México con sus manecitas tuiteras; en darle a su base un triunfo que tiene una lógica completamente electoral.
Pensé que el vergonzante episodio de EPN y la visita del Trump candidato, o el back-channeling con Kushner como principal vía de diálogo no tendría que replicarse en el gobierno del Presidente López Obrador, pero este episodio, aunque no llega a aquella bajeza, comparte su amargura.
México tenía y sigue teniendo elementos para negociar y ser firme en la relación bilateral: los intereses económicos gigantescos de capitales norteamericanos; la garantía de la seguridad de la frontera más cruzada del planeta; su misma política migratoria. De pronto da la impresión de que negociamos como si no tuviéramos cartas que jugar.
Imposible saber lo que ocurrió en la caja negra de las decisiones y siempre será más fácil mirar los toros desde la barrera, pero la sensación de una victoria pírrica impregna el aire.
Hoy parecerá que México esquivó una bala, pero quizá lo que Trump volvió a probar, es que somos blanco fácil.